Absoluta calma. Un pesado silencio envuelve una noche sin luna que se refleje en el tranquilo oleaje que sin control sobre su rumbo se dirige a la costa. La boya se mece al compás, impasible, dejándose balancear al son de un suave y controlado movimiento. Ninguna luz hasta donde alcanza la vista, incluso las estrellas titilan débiles, desganadas, pareciera que estuvieran ahorrando su brillo a la espera de algún observador afortunado.
Pero nadie aparece, nada altera tan religiosa escena. Y la boya, resignada, se balancea.
De repente, sin que se pudiera advertir su llegada, una tremenda ola eleva la boya más alta de lo que nunca ha estado, dándole una perspectiva como nunca antes. A lo lejos, en la dirección del oleaje, se contempla un pequeño pueblo con todas las luces encendidas a pesar de la hora. Se llega a apreciar incluso un rumor lejano de música, risas, voces alegres. Hacia el otro lado, mar adentro, una pequeña flota de pesqueros, con sus potentes focos encendidos, faenan sin descanso, aprovechando la nocturna inocencia de los desprevenidos bancos de peces.
Descansando sobre el pico de la ola, la boya pareciera que está a punto de tocar las estrellas. Incluso ellas, en este momento, parecen brillar más intensas, como conocedoras de su proximidad.
El momento termina tan rápido como empezó. Si un observador lejano hubiese pestañeando, no apreciaría cambio alguno en la indolente estampa. Silencio. Oscuridad. Nada.

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Sumidero
NezařaditelnéDonde va lo que tiene que salir Donde se escribe aquello que se debió decir