Capítulo 10

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Entonces, Anita se encontraba estancada en su dolor y parecía que ya nada la podía sacar de él. Se sentía peor que nunca y levantarse por las mañanas era una verdadera tortura para ella. Cada movimiento que hacía le costaba tremendamente. Muchas veces no era consciente del día ni la hora. Estar en presencia de Felipe cada vez le parecía una carga imposible de sobrellevar. No soportaba verlo ni quería pensar en él. Toda su persona se le hacía insoportable. Su mirada le parecía despreciable y su voz se convirtió para ella en un odioso sonido. Cuando él le dirigía la palabra, ella se contenía las ganas de llorar o las ganas de salir huyendo de su presencia. Ya no rezaba, ya no hablaba con Dios y ya no dirigía su mirada al cielo. Tanto era el enojo y la tristeza que estaba sintiendo, tanto era el cansancio que la pesaba, tanto el odio que la consumía, que la oración había perdido sentido para ella, puesto que no podía librarla del tormento que vivía todos los días. Antes había rezado arduamente en todas las ocasiones de dolor, siempre con la esperanza de que las cosas fueran a mejorar pero, no sólo no habían mejorado, sino que habían empeorado. Y, cómo no podía hablar con nadie, cada vez se iba hundiendo y encerrando en sí misma, provocando que su dolor, que antes era invisible, ahora se viera y notara claramente.

Una mañana, Anita estaba tan débil que creyó que no iba a poder levantarse. Escuchó con pesar cuando Gloria abrió la puerta de su habitación y se acercó a ella para decirle:

-Señora, ya es hora de levantarse. En cualquier momento, el señor bajará al comedor y se pondrá furioso si no la ve allí.

Pero Anita sentía que no podía moverse y que, si lo hacía, estaba segura de que iba a desvanecerse.

-No quiero bajar, Gloria – logró decir Anita haciendo un esfuerzo por hablar - no me siento bien, no he dormido en toda la noche, no tengo fuerzas para levantarme.

Gloria se escandalizó al oír esto ya que sabía que esas noticias no serían bien recibidas por su patrón.

-Vamos, señora, inténtelo, aunque sea un rato.

-Ya le dije que no puedo moverme, Gloria.

-Pero es que el señor Felipe se va a enojar mucho.

-Por favor, dígale que no me siento bien de salud, que por hoy me deje quedar en cama – dijo Anita mostrando indiferencia por lo que Gloria le acababa de decir.

Efectivamente, Anita estaba muy mal, se había pasado toda la noche en vela como las otras veces. Estaba segura de que, en el momento en que viera a Felipe, su estado iba a empeorar.

-Ay señora, usted sabe que el patrón no lo va a entender. Vamos, intente levantarse, es sólo por un rato.

-No puedo... Estoy sin fuerzas y temo ponerme peor si es que lo veo a él. Le suplico Gloria que convenza a mi esposo de que me deje quedar aquí por esta vez. Por favor... se lo ruego.

Gloria la miró llena de lástima y ternura. Era muy obvio el estado de Anita; Gloria sabía que no andaba durmiendo bien por pasarse llorando durante las noches y casi no comía. A la luz de la mañana la vio más pálida que nunca, tenía los ojos muy hinchados con grandes ojeras y los labios de un color muy claro. Luego de mucho pensarlo, se armó de valor y fue hasta el comedor para esperar al patrón y decirle todo. En su interior, rezaba para que Felipe lo pudiera entender.

No pasó mucho tiempo en que Felipe bajó y, al llegar al comedor, enseguida se dio cuenta de que su esposa no estaba ahí como siempre.

-¿Dónde está mi esposa? – preguntó secamente a Gloria que lo miraba atemorizada.

-Señor... la señora no se siente bien hoy y le mandó decir que va a quedarse en cama durante el día.

-¡¿Qué?! – exclamó Felipe encolerizado – esas no fueron las órdenes que yo te di, Gloria. Fui perfectamente claro contigo cuando te dije que tenías que encargarte de que ella esté aquí todos los días. ¿O no lo entendiste?

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora