Habiendo escuchado de sobra palabras que provenían del mismo Dios, quien se empeñaba en demostrar a Anita de diferentes maneras su santísima voluntad, ahora debía proceder a realizar tan dificultosa hazaña. Ya no podía seguir ignorando la voz de su consciencia. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer y ya no había tiempo que perder. Debía dejar su rencor a un lado y cumplir con lo que Dios le pedía. Aunque no era nada fácil. Esto quizás era lo más difícil que Dios le pedía que hiciera. Recordaba las palabras que la hermana Teresa le solía decir de niña cuando le costaba alguna labor: todo lo que se pasa con amor torna a soldarse (1). Esto significaba que todo lo que parecía difícil y pesado, si lo hacía con amor, era más llevadero. Sin embargo, estas palabras ahora le parecían casi imposibles de llevar a la práctica. No podía hacer esto que Dios le pedía con amor porque creía que ya no podía sentir amor por Felipe.
Recordaba que, todo lo que había hecho por amor a Felipe, no había servido de nada. ¿Para qué molestarse otra vez? Estaba llena de rabia hacia él, le tenía mucho rencor por todo lo que le había hecho. No quería tener que volver a ser ella la que se acercara a él. Él nunca apreciaba nada de lo que ella hacía por él. ¿Qué le diría ahora? ¿Qué insulto utilizaría contra ella? ¿A qué nueva humillación la sometería? No sabía cómo iba a reaccionar cuando lo tuviera enfrente, cuando la mirara con esos ojos prepotentes que le decían que él tenía poder sobre ella, que él mandaba sobre ella. Cuando lo mirara, estaba segura de que sólo sentiría un profundo desprecio y odio hacia él. Pero tenía que ir junto a él. Eso era lo que Dios le pedía y no recordaba otra cosa que le hubiera resultado más difícil que ésta. "Aquí estriba mi firmeza, aquí mi seguridad – repetía en su interior - la prueba de mi verdad, la muestra de mi firmeza (2)"
Al mediodía, luego de que Gloria hubiera salido de su habitación con la comida que él no había tocado, decidió que ese era el momento de entrar. Sabía que, si en ese momento no entraba, nunca lo haría. No tenía la menor idea de lo que iba a decirle pero confiaba en que Dios la iluminaría cuando fuera necesario.
Pensando en estas cosas, se percató de que ya estaba frente a la puerta de la habitación de Felipe. Puso su mano en el picaporte mientras se acordaba de que fueron pocas las veces que había entrado ahí. Tras dudar y vacilar un par de veces, respiró hondo, se dirigió a Dios diciéndole: "Por ti, Padre. Esto lo hago por ti" y abrió la puerta lo más sigilosamente que pudo para evitar que se escuchara algún sonido.
Cuando entró a la habitación, lo primero que la sorprendió fue la oscuridad que abarcaba todo el lugar siendo que todavía el sol brillaba radiante en lo alto del cielo. Acomodó de a poco su vista a esa penumbra y, buscando con la mirada, se percató de que las ventanas estaban tapadas con las gruesas cortinas no dejando que algún rayo de luz penetrase en la habitación. Sintió un breve escalofrío que recorrió todo su cuerpo y notó que también empezaba a temblar.
Empezó a arrastrar los pies silenciosamente hasta la cama que estaba en el centro de la habitación. Por el momento no escuchaba nada. Al ir acercándose, comenzó a divisar la figura de Felipe que parecía dormitar porque tenía los ojos cerrados. Cuando lo vio, tuvo mucha dificultad en reconocerlo. Estaba completamente blanco desde el rostro hasta el cuello y brazos, que eran los únicos miembros que alcanzaba a ver. Sus labios estaban excesivamente secos. Así acostado le parecía más pequeño, quizás debido a que había perdido algo de peso al rehusarse a comer lo que le traían. Al acercarse un poco más, notó que estaba temblando y estaba cubierto de sudor. Además movía la cabeza de un lado a otro como sacudido por algo en su interior. Estaba más demacrado que nunca. Anita se quedó inmóvil por un instante mientras lo contemplaba estupefacta. Aquel hombre que estaba ahí en la cama era muy diferente del Felipe que ella conocía. Al entrar ahí, esperaba encontrar al Felipe fuerte y lleno de ira. Contrario de lo que ella esperaba, ahí yacía un Felipe débil y moribundo.
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El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amor
EspiritualLuego de la huida de Anita, grandes problemas se presentan en el matrimonio y la promesa del amor se hace cada vez más difícil de cumplir. Felipe, indignado y furioso por verse abandonado, lo intentará todo con tal de recuperar a su esposa. Anita, a...