Capítulo 24

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La siguiente noche, Felipe volvió a continuar leyendo el diario de Anita hasta acabar las páginas que le faltaban.

11 de febrero de 1908

¡Ha sucedido algo maravilloso! Cada vez que pienso en ello quiero saltar de alegría. Mi felicidad no puede haber sido mayor. Se trata de algo muy pequeño pero grande a la vez. Es algo que ha hecho renacer mis esperanzas, que me ha hecho confirmar, una vez más, que tu poder para actuar en el corazón de las personas es inmenso. Mi queridísimo Padre: Tú has actuado hoy en Felipe, Tú has hecho que él ablandara su corazón y que lo abriera para mirar más allá de sí mismo. Tú le has hablado en el silencio, probablemente sin que él fuera consciente de eso, y le has inducido a hacer lo correcto. No me has fallado, Padre. Tú nunca decepcionas a quienes ponen su confianza en Ti. Yo sabía que Tú podías obrar maravillas en la vida de Felipe. Yo sabía que Tú podías romper las cadenas de su orgullo y de su egoísmo. Todos los lazos y cadenas son rotos fácilmente por el amor de Dios (1).

Felipe ha hecho algo que quizás para los demás sea algo mínimo, pero para mí es algo extraordinario.

A continuación, Anita se puso a relatar el día en el cual Felipe había descubierto a Lázaro en su habitación y cómo luego de las súplicas de Anita, permitió que él se quedara en la hacienda.

...Las palabras que le dirigí y las oraciones que realicé desde el fondo de mi corazón, parecieron surgir efecto en él...

Al siguiente día, Anita menciona el momento en el cual ella le vuelve a suplicar a Felipe que escuchara a Lázaro, quién quería agradecerle personalmente por haber permitido que él se quedase.

...Y, no sólo escuchó a Lázaro, sino que también tomó su mano cuando él se la pasó. ¡¿No es algo asombroso?! Te confieso que en ese instante estuve a punto de deshacerme en lágrimas, en lágrimas de pura felicidad. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Ese momento, en el cual Felipe tomó la mano de Lázaro, se quedará guardado en mi corazón para siempre. Ahí estaba Felipe, un hombre que demuestra ser duro, implacable y severo, dándole la mano a un niño y, no a cualquier niño, sino a un niño pobre y abandonado. Felipe dejó a un lado su insensibilidad y su indiferencia y se mostró amable con alguien que lo necesitaba. Quizás para él no significó nada ese gesto pero para mí... y, ¡para Lázaro! Para Lázaro, que Felipe le hubiera pasado la mano, fue un acontecimiento memorable. Felipe, sin darse cuenta, hizo feliz a un niño que estaba tan necesitado de cariño y afecto.

Cuando Felipe leyó esto, se acordó instantáneamente del encuentro que había tenido hace poco con Lázaro y de cómo saltó de la alegría cuando Felipe le dijo que podía ir a ver sus caballos. Felipe se acordaba también de aquel día en el cual le hubo pasado la mano a Lázaro pero nunca se había puesto a pensar en el hecho. No le dio ninguna importancia, muy al contrario, le pareció fastidioso tener que hacer eso. Sin embargo, a Anita ese gesto la llenó de felicidad y todavía recordaba todo lo que le había dicho aquel día cuando él estaba a punto de partir. Continuó leyendo pensando que tal vez Anita hablaría de esto último. No se equivocó puesto que, en la siguiente página, Anita cuenta cuando fue corriendo al encuentro de Felipe antes de que él pudiera marcharse.

...Logré alcanzarlo, lo besé y... ¡le dije que lo amaba! Le dije que estaba muy contenta de ser su esposa y que estaba muy orgullosa de él. Le dije que mi corazón le pertenecía porque... querido Padre: es verdad. Mi corazón le pertenece a Felipe. Fue verdad absolutamente todas las palabras que le dije. ¡Yo lo amo, Padre! ¡Al fin lo amo! Lo amo con todo mi corazón y no hay ninguna duda en esto que estoy diciendo. Al fin puedo decir que lo amo. Al fin puedo sentir una inmensa paz en mi alma. Al fin he conseguido enamorarme profundamente de él y he conseguido amarlo como se debe amar. Me ha costado mucho, tú bien lo sabes, Padre mío. He sufrido mucho tratando de amarlo y tratando de comprenderlo. He derramado muchas lágrimas por él, he suplicado y he rezado intensamente por él, Padre. Lo que más te pedía yo era el poder amarlo como tú querías que yo lo amase y ahora lo he conseguido. Gracias, Padre. Gracias por ayudarme a amarlo.

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora