Capítulo 28

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Luego de ese episodio, Felipe no volvió a intentar nada con Anita. Cada vez que pensaba volver a hacerlo, no se le ocurría nada qué decirle que pudiera producir algún efecto en ella. Creía que iba a volver a fracasar y que, por consiguiente, ella se volvería a alejar más de él. Esto lo puso de muy mal humor y así anduvo por varios días. Estaba lleno de rabia contra Anita porque no se estaba dando cuenta de todo lo que él estaba haciendo para llamar su atención. Simplemente se pasaba ignorándolo y esto Felipe no lo podía tolerar.

Cada noche se preguntaba qué era lo que estaba pasando en la mente de Anita: por qué ella ya no se preocupaba por él, por qué ella apenas hablaba con él, por qué se comportaba de manera tan fría... Volvía a leer algunas páginas de su diario y, cada vez que lo hacía, se sentía más confundido y no lograba entenderla del todo. No lograba encontrar la respuesta a este gran interrogante que lo acechaba a cada momento: ¿ella lo seguía amando o no? Por todo lo que había leído en su diario, estaba completamente seguro de que ella lo había amado. No tenía ninguna duda sobre eso. Todo lo que ella escribió daba a entender que, en algún momento, había sentido algo muy fuerte por él. Pero, ¿y ahora? ¿Por qué ahora Felipe no podía afirmar eso con seguridad? ¿Por qué ahora no podía decir que Anita lo seguía amando? Porque, si se dejaba guiar por la forma en cómo ella se comportaba con él ahora, lo más seguro era que ella ya no lo amaba. Con sólo pensar que esto era posible, Felipe se afligía más, es por eso que trataba de desviar este pensamiento. No quería creer que ella ya no lo amaba. Esto no podía ser posible. Tenía que haber algo que Anita todavía siguiera sintiendo por él. No podía ser que ella lo hubiera olvidado por completo, que ella lo hubiera sacado de su corazón por completo. No, se negaba a creer en esto. Él todavía tenía que seguir en algún lugar del corazón de ella.

Pero, ¿cómo saber si ella lo seguía amando? No podía simplemente preguntárselo porque sólo conseguiría que ella evadiera la pregunta y huyera de él. Además, ¿qué pasaría si ella le decía algo que él no quería oír? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Qué pasaría después? No, tenía que haber otra manera de llegar hasta ella, de saber lo que ella pensaba y sentía.

En todas estas cosas estaba pensando Felipe un día en el cual se hallaba de viaje. En esos momentos de mucho ajetreo en su mente, se acordaba de que, muchas veces, había recurrido a Emilio con el afán de poder ordenar sus ideas. Ahora que su amigo ya no estaba con él, empezó a sentir su ausencia como nunca antes lo hizo. Se preguntaba qué había sido de él, dónde estaba, cuáles eran aquellos asuntos que tenía pendientes... No recordaba que Emilio le hubiera alguna vez hablado de su familia; en realidad, no recordaba que Emilio le hubiera hablado alguna vez de su vida personal como él lo hacía. Normalmente, Emilio era el que escuchaba y él era el que hablaba. La confianza que tenía con Emilio no la tenía con nadie más. Y, ahora que no podía hablar con su amigo, sentía que algo le faltaba. Se le vino a la memoria, también, aquella ocasión en la cual Emilio lo había enfrentado cuando estaba enfermo y todo lo que le había dicho acerca de él y acerca de Anita. Le había dicho que él, que Felipe, estaba enamorado de Anita y que la amaba. Emilio le había dicho que eso ya lo había notado desde hace mucho tiempo, que eso era bastante obvio. ¿Lo era? ¿Era obvio que Felipe amaba a Anita? Él creía que no pero, por alguna razón, su amigo se lo había dicho.

En la jornada de camino, cuando estaba a punto de llegar al pueblo donde le tocaba hacer negocios, se detuvo en un sendero que le resultó conocido. A pocos metros de él divisó un cartel en donde estaban escritos los nombres de los pueblos más cercanos. El primero era Cañaveral, que era ahí dónde debía ir y, el segundo, se trataba de nada más y nada menos que de La Esmeralda. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado en el pueblo de Anita. Cuando ya se casó con ella y se mudaron a la hacienda, ya no tuvo la necesidad de volver allí. No sabía qué había pasado con los Vinueza; luego de la boda, no volvió a saber nada de ellos. Estaba al tanto de que Anita se escribía de vez en cuando con ellos y que, en una ocasión, fue a visitarlos, pero nunca ella le dijo nada sobre sus padres y no recordaba haberle preguntado sobre ellos. Al pensar en el pueblo natal de su esposa, también se le vino a la mente el lugar en donde la vio por primera vez: la parroquia y el convento donde ella asistía frecuentemente. Se acordó de las veces que había ido hasta allí para encontrarse con ella y, por un momento, se quedó pensando en aquellos tiempos.

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora