Capítulo 18

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Luego de aquella vez, Felipe no intentó sacar más el tema a Anita, aunque en contadas ocasiones sintió deseos de hacerlo. Anita, por su parte, estaba bastante enfadada con él y le volvía a resultar difícil la tarea de cuidarlo. Le era muy tedioso el no dejar traslucir sus verdaderos sentimientos y el tener que contener sus emociones todo el tiempo cuando estaba junto a él. A veces terminaba muy agotada y dormía muy pocas horas.

Una mañana, luego de que Gloria hubiera despertado a Anita, ésta volvió a quedarse dormida sin darse cuenta de la hora que era. Felipe ya había despertado y se quedó esperándola extrañado de que ella todavía no apareciera por su habitación. Como Gloria pensó que Anita ya se había despertado y que ya estaba junto a Felipe, no se preocupó en ir a verla, sino que siguió con sus quehaceres de la casa. En ese ínterin, llegó Lázaro y preguntó donde se encontraba Anita. Gloria le dijo que la encontraría en la habitación del señor Felipe porque es ahí donde creía que estaba. Entonces, Lázaro se dirigió hasta la habitación de Felipe. Tocó la puerta y esperó. Enseguida escuchó la voz de Felipe que le indicaba que podía entrar y, muy sorprendido porque era él quién le hablaba, entró sigilosamente.

-¿Qué haces tú aquí, niño? – preguntó Felipe en cuanto lo vio.

-Buenos días, señor Felipe – saludó Lázaro cortésmente – vine a buscar a la señora Anita y me dijeron que estaba aquí.

-No, no está aquí. ¿No lo ves? – comentó Felipe.

-¿Dónde está? – preguntó Lázaro mirando por todas partes.

-No lo sé, pero aquí no ha aparecido – respondió Felipe de mala gana.

-¿Quiere que la vaya a buscar? – preguntó Lázaro tímidamente.

-Sí, mándala llamar, hace rato que tenía que estar aquí – dijo Felipe y enseguida una idea se le cruzó por la cabeza, por lo que dijo – espera, niño. No te vayas.

Lázaro se detuvo en el instante en que iba a cerrar la puerta. Se dio la vuelta y preguntó a Felipe:

-¿Necesita algo más?

-Sí, ven aquí – le dijo Felipe haciéndole un gesto con la mano para que fuera hacia él – en vez de llamar a Anita, quiero que me hagas un favor.

-El que usted quiera – contestó Lázaro feliz de poder serle útil.

-Quiero que vayas a mi despacho y me traigas unos libros y papeles que encontrarás entre los estantes de una biblioteca que está detrás de mi escritorio – le indicó Felipe y, a continuación, le describió los materiales que necesitaba – si no estás seguro de algo, trae todo lo que encuentres. ¿Te acordarás de lo que te he dicho?

-Sí, señor Felipe – contestó Lázaro.

-Bien, ahora vete a hacer lo que te pedí y no te quedes por el camino hablando con nadie.

-Sí, señor Felipe – volvió a contestar Lázaro y partió al instante para cumplir con el encargo.

Felipe se dijo a si mismo que, después de todo, el niño le estaba resultando muy útil. No le hacía ninguna pregunta y se limitaba a hacer lo que le pedía. Quiso aprovechar la ocasión de que Anita no estaba llegando porque sabía que a ella no le iba a gustar la idea de que él estuviera revisando asuntos del trabajo; ya se lo había dicho una vez que le pidió que le trajera unos libros de contabilidad. Anita le reprochó diciéndole que así nunca iba a poder recuperarse del todo y que no se debía preocupar de nada, ya que él mismo había dejado encargado a Emilio de todo y debía confiar en él. Felipe, sin duda, confiaba en su amigo y, una que otra vez, Emilio se había presentado ante él rindiéndole cuentas. Como Felipe había estado muy débil en esas ocasiones, no pudo comprender muchas cosas de lo que le decía y luego Anita le pidió a Emilio que viniera en alguna otra ocasión en que él estuviera mejor. Felipe le dijo que tuviera por escrito todas las cuentas y las pusiera en el escritorio de su despacho para que, cuando él pudiera ir allí, lo viera con mayor atención.

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora