Capítulo 37

13 1 0
                                    

Al día siguiente, un poco antes de la comida del mediodía, Anita estaba ayudando a Felipe a ordenar y organizar algunos documentos y papeles importantes que él tenía guardado en su despacho y hacía tiempo que no los revisaba. Ya en otra ocasión, Anita se había ofrecido a hacerlo ella misma, ya que Felipe no quería que los empleados tuvieran acceso a esas informaciones, pero Felipe no quiso dejarle todo el trabajo a ella y le dijo que mejor lo harían juntos. Además, a Felipe le encantaba tener excusas para pasar el tiempo con ella y todas las cosas que hacía con ella o por ella, las hacía siempre de buena gana.

No había pasado mucho tiempo cuando Felipe, quién estaba sentado en uno de los divanes con portafolios frente a él, se dirigió a Anita diciéndole:

-Anita, me hacen falta dos papeles que contienen unos títulos de una propiedad. Creo que están en el primer cajón de mi escritorio, ¿me haces el favor de pasármelos?

-Sí, enseguida – respondió Anita pronta a hacer lo que le pedía.

Al llegar al escritorio de Felipe, Anita abrió el primer cajón tal como Felipe le había dicho que hiciera y, efectivamente, divisó dos documentos que se referían a lo que él estaba buscando. Enseguida los sacó y, al hacerlo, pudo notar que debajo de ellos se encontraba un libro de un color azul oscuro que le resultaba conocido. Lo sacó también porque creía conocer su contenido y, al abrirlo, se sorprendió enormemente al comprobar que no se había equivocado en cuanto a lo que pensaba que era. Allí tenía en sus manos el cuaderno que había utilizado como diario personal hace algunos años; el diario en el cual había escrito todo acerca de sus sentimientos y pensamientos con respecto a su vida en la hacienda y con respecto a Felipe; el diario que le había servido de soporte y de escape en los momentos más duros; el diario que creía nunca más volvería a ver. ¿Cómo era posible que su diario estuviera allí precisamente en el cajón de Felipe? Estaba segura de que Felipe lo había destruido, que lo había lanzado al fuego y lo había quemado junto con sus otras cosas. ¿Qué había pasado entonces? ¿Por qué Felipe lo había guardado todo este tiempo? Y, ¿por qué no le había mencionado nada al respecto?

-¿Los encontraste, Anita? – le preguntó Felipe sin percatarse del descubrimiento que ella había hecho. Tenía los ojos puestos en sus otros documentos.

Anita no le respondió. Estaba tan metida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Felipe le había preguntado algo.

-Dime, Anita, ¿los encontraste? – volvió a preguntarle Felipe y, como ella de nuevo no le dio ninguna respuesta, alzó la mirada y la vio absorta en algo que tenía en la mano pero que, a simple vista, no reconoció. -¿Qué pasa, Anita? ¿Qué tienes ahí? – le preguntó acercándose a ella. Ni bien dio unos pasos hacia ella, notó que lo que tenía en sus manos era el diario que él olvidó que había dejado en su cajón.

-¿Qué significa esto, Felipe? – le preguntó enseguida Anita clavando sus ojos en él - ¿por qué tenías mi diario en tu cajón?

-Lo olvidé por completo – respondió Felipe – olvidé por completo que lo había dejado ahí – y luego, sonriendo ampliamente, continuó – pero, qué suerte que lo has encontrado, porque así puedo devolvértelo.

-Pero, no entiendo... creí que tú...

-Yo también pensé lo mismo – la interrumpió Felipe antes de que ella pudiera terminar la frase. No le gustaba recordar aquel día – pero, al parecer, sólo quedó en el suelo; alguno de los empleados lo habrá encontrado y, pensando que era mío, lo puso en el estante de los libros, porque fue ahí de donde lo sacó Lázaro.

-¿Lázaro? – preguntó Anita abriendo grande los ojos - ¿Lázaro vio mi diario?

-No, Lázaro no sabía que era tu diario... verás, él me lo trajo a mi habitación por equivocación junto con otros libros que le había pedido – explicó Felipe, y luego se dispuso a contarle a Anita cómo habían sucedido las cosas.

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora