Capítulo 4

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En los días que se sucedieron, Felipe andaba cada vez más y más impaciente y sentía como esa impaciencia lo devoraba por dentro. Su malhumor y mal carácter empezaron a empeorar hasta que ninguno de sus sirvientes y trabajadores se atrevían a acercarse a él por temor a que estallase en gritos desenfrenados, como sabían era muy posible que pasase. Salía bien temprano a la mañana e iba todos los días a la casa de su padre para ver si lograba divisar o encontrar a Anita sola y así enfrentarla de una vez por todas. Procuraba no ser visto por nadie, se mantenía a una distancia prudente observando cada movimiento de la casa, y se quedaba así un buen rato hasta que era obligado a retornar para seguir con su trabajo.

Emilio lo iba a visitar más a menudo dada la situación. Él era la única persona con la cual Felipe podía hablar, siempre lo había sido. Emilio era una de esas personas que simplemente lo escuchaba y le daba la razón en todo lo que decía. Casi nunca discutían, nunca lo habían hecho, ni cuando eran más jóvenes. Estaban sus otros amigos, pero Emilio era el único que soportaba su mal genio y sus ataques de rabia; además, Emilio necesitaba del poder y la influencia de Felipe para continuar con sus propios negocios porque Felipe le traía muchas ganancias. De alguna u otra manera, Felipe siempre lo había ayudado económicamente y es por eso que no tenía otra opción más que permanecer a su lado e ir cuando él lo llamaba. Felipe sabía que Emilio estaba con él principalmente por interés pero no le importaba porque él también era su amigo sólo por lo mismo. De todas maneras, nunca hablaban de lo que los mantenía unidos porque lo tomaban como algo normal de lo cual no había que hacer tanto lío. Entonces, Emilio no podía negarse a ir a visitar a su amigo y aguantar todas sus quejas, todos sus reclamos y toda su ira.

Por el otro lado, Anita trataba de parecer serena por fuera mientras la angustia y la desdicha la carcomían por dentro. Cuando dormía despertaba de golpe las veces que soñaba que se encontraba con Felipe y que éste lo miraba de una manera bestial. Temblaba de sólo pensar en encontrarse con esa mirada alguna vez. La atemorizaba todo lo que Felipe podía decirle porque sabía que, cada día que pasaban separados, la furia de Felipe se iba intensificando. La aturdían y atormentaban tantos miedos juntos. Y a todo eso se sumaba la incertidumbre de no saber qué es lo que le deparaba el futuro ni qué es lo que ella tenía que hacer. A menudo se quedaba mirando al vacío perdida en sus pensamientos. Afortunadamente, todavía le quedaba su fe y confianza en Dios, así que se volcaba a Él la mayor parte del día rogándole y suplicándole que le indicara lo que ella debía hacer a continuación: Ten piedad de mí, Señor, pues estoy angustiada; mis ojos languidecen de tristeza (1). Envíame tu luz y tu verdad: que ellas sean mi guía y a tu santa montaña me conduzcan, al lugar donde habitas (2).

Su desilusión era tan grande que, cada vez que se ponía a pensar en Felipe, no podía evitar que las lágrimas se le salieran de sus ojos. Su último encuentro con Felipe, todo lo que él le había dicho, cómo le había tratado... había dejado un doloroso recuerdo en su corazón. El corazón se le oprimía cada vez que se imaginaba que volvía a la hacienda junto a él. No podía concebir el volver a su lado. Felipe le haría la vida imposible, ya se lo había dicho en aquella ocasión. Felipe le había dicho que le prohibiría volver a ir a la iglesia, volver a rezar e, incluso, le prohibiría que nombrara a Dios. ¿Cómo vivir una vida sin poder hacer lo que a ella le hacía más feliz? ¿Era eso lo que Dios quería para ella? No, Dios jamás querría algo así para ella.

"¿Para qué seguir con esto? – se preguntaba todos los días – ¿para qué volver a sacrificarme? ¿Para qué volver a atormentarme? Si él no me ama, ¿qué caso tiene que siga con él? Me equivoqué con respecto a Felipe. Yo ya no puedo hacer nada por él. Volver a su lado sólo sería una tortura diaria. No es eso lo que Dios quiere para mí. Dios quiere que yo sea feliz. Jamás seré feliz al lado de Felipe"

Luego de unas semanas, Eduardo fue con Rosalía a la casa de su padre para ver a Anita. Ella ya los estaba esperando con una respuesta. Ni bien se la dijo tanto a ellos dos como a don José, se hicieron los diversos ajustes para poder comunicársela a Felipe.

El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora