Cuando Anita llegó a la casa de don José en el centro de Santa Cruz, enseguida los empleados fueron a avisarle al mismo de su llegada.
-Señor, la señora Ponce acaba de llegar.
-¿Cómo dices? ¿Cuál de ellas?
-La esposa de su hijo Felipe.
-¿Anita? – preguntó sorprendido y fue rápidamente a recibirla.
Ni bien llegó hasta la entrada y la vio a lo lejos, exclamó con una sonrisa:
-¡Anita! ¡Qué bueno es verte nuevamente!, ¿qué te trae por aquí? Pasa, sabes que estás en tu casa.
Anita permaneció muda sin saber exactamente qué decir. Su rostro seguramente denotaba cierta preocupación porque, en el momento en el cual don José estuvo bien cerca de ella, cambió su expresión completamente y enseguida preguntó:
-¿Te sucede algo, Anita? Te veo bastante pálida.
Anita, quién efectivamente estaba más pálida que nunca, continuó sin poder hablar.
-Por favor, dime algo, Anita – insistió don José cada vez más preocupado - ¿por qué has venido aquí? ¿Y Felipe? ¿Le pasó algo a Felipe?
Anita negó con la cabeza continuando en silencio.
-Entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Has venido para hablar conmigo?
-Discúlpeme, don José – empezó a decir Anita armándose de valor para poder decir lo que quería decirle – discúlpeme por venir nuevamente sin avisarle... es que esto surgió hace unos momentos... no sabía a quién más acudir...no sabía a dónde ir...
-Por favor, Anita. Me estoy empezando a preocupar... dime por favor qué es lo que pasa. ¿Se trata de Felipe?
Anita asintió y dijo:
-Él no sabe que estoy aquí... pero no tardará en enterarse y no sé cómo va a reaccionar cuando eso pase...
Don José, a quién le parecieron extrañas las palabras de su nuera, de pronto se puso a mirar a su alrededor y notó varias maletas esparcidas en el suelo de las cuales no se había percatado antes.
-Anita, ¿son estas tus cosas? – le preguntó.
Anita asintió avergonzada.
-¿Por qué las has traído? – preguntó don José temiendo la respuesta de ella.
En ese instante, Anita no pudo contenerse más. Se echó a los brazos de don José viendo en él la figura de su propio padre y comenzó a llorar desconsoladamente.
-No puedo más estar ahí, señor – decía Anita tratando de hablar en medio de su llanto - no puedo más vivir allí... no puedo más soportarlo.
-No puedes soportar... ¿qué cosa, Anita? – inquirió don José acariciándola, sumamente sorprendido por las lágrimas que estaba derramando Anita y porque la veía bastante afectada.
-No puedo soportarlo más a él... - murmuró Anita.
Don José permaneció unos instantes en silencio porque comprendió enseguida de quién estaba hablando Anita. Dejó que ella llorara un poco más y, luego de unos minutos, le dijo:
-Ven, Anita... vamos a un lugar tranquilo... quiero que me lo cuentes todo.
Don José ordenó a sus sirvientes que llevaran todas las cosas de Anita y las acomodaran en una de las habitaciones, luego la llevó a la sala de estar y la sentó en una de las sillas y, cuando la percibió más calmada, le dijo:
-Anita, necesito que me cuentes cuál fue la razón por la cual decidiste salir de la hacienda... quiero que me cuentes todo... no te guardes nada... necesito saber por qué has abandonado a mi hijo. Quiero que seas honesta conmigo.
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El Camino al Padre Parte II: La fuerza del amor
EspiritualLuego de la huida de Anita, grandes problemas se presentan en el matrimonio y la promesa del amor se hace cada vez más difícil de cumplir. Felipe, indignado y furioso por verse abandonado, lo intentará todo con tal de recuperar a su esposa. Anita, a...