LA COLECCION

82 13 7
                                    

Pedí un gin-tonic y me senté en un sillón apartado desde donde podía observar sin que fuese muy evidente. Era la primera vez que iba a esa discoteca.

̶"Buen ambiente y chicas bonitas", me dije.

El parpadeo de las luces de colores me parecía excesivo y molesto. Hubiera preferido más intimidad, una iluminación tenue. La música tampoco era de mi gusto. Pero yo era bastante especial en ese aspecto.

Le di un sorbo a mi copa y oteé alrededor. Una preciosa morena bailaba en la pista con otras amigas. La observé durante un rato. Sus movimientos, su risa, su cuerpo...

Era una pena. Ya no necesitaba una morena de ojos oscuros. Ahora deseaba una pelirroja de pelo natural y ojos azules. Llevaba más de un mes indagando, sin encontrar una que mereciese la pena. De vez en cuando me tropezaba con alguna, pero no me llegaba a convencer. No lograba hallar la pelirroja ideal.

Me froté la barba. Aunque bien cuidada, picaba bastante y estaba deseando rasurármela. Pero aún no podía hacerlo. Demasiado arriesgado.

De repente mi corazón se aceleró. Un sudor frío cubrió mi piel y tuve que dejar la copa en la mesa para no volcarla con el temblor de la mano.

Ahí­ estaba. La pelirroja perfecta. Sentada en la barra, con unas interminables piernas cruzadas. La observé durante un buen rato. La amiga estaba bailando con un tipo delgado que, seguramente, acababa de conocer. Había bebido bastante y se tambaleaba. Eso me venía de perlas, pues mi pelirroja estarí­a sola y yo le ofrecería mi compañía.

Esperé mi momento sin despegar la vista de ella. Entonces me di cuenta de que iba a pedir una copa. Jugueteando con un mechón de cabello rojizo, esperaba a que el camarero atendiese a un tipo situado a su izquierda. Cuando acabó, ella hizo el gesto para pedir la bebida. Sin embargo, raudo me coloqué a su lado y llamé al camarero elevando la voz por encima de la suya.

El hombre nos miró a ambos sin saber a quién atender primero. Ella se giró hacía mí, ofendida y dispuesta a hacer valer su posición. Pero me adelanté:

̶ Creo que esta señorita iba primero   ̶ dirigiéndome a ella, añadí  ̶ . Disculpa mi despiste. Llevo un día de locos y necesitaba que algo bueno me ocurriese hoy. Como no ha sido así­, creí que una copa lo compensaría. No me he fijado en nada más.

̶ Tranquilo. No pasa nada   ̶ añadió, con tono más suave ̶  No tengo prisa. Pide tú si quieres.

̶ Déjame invitarte para compensarlo. Al menos permite que me vaya a casa pensando que no me consideras un maleducado.

̶ No hace falta, ¡de verdad!

̶ Insisto. ¿Qué tomas?   ̶ miré su vaso vacío ̶  ¿Ron? ¿Otra de lo mismo?

̶ Está bien. Sí. Gracias.

A partir de ahí­, la cosa fue mejor. La amiga llegó tambaleándose, abrazada al tipo delgado con el que estuvo bailando. Se despidió de mi acompañante, alegando encontrarse mal y se marchó. A mí, ni me miró.

Una hora más tarde, me encontraba en el coche, camino a mi apartamento, con mi pelirroja de ojos azules en el asiento de al lado. Esa noche prometí­a.

Unos meses después, acabé mi última novela, ¨Mi Colección¨. Había tardado casi un año en escribirla, pero mi investigación resultó apasionante y estimulante.

Esa tarde me encontraba en la presentación de mi libro. Al cabo de dos horas no podí­a aguantar la presión. Tanta gente a mi alrededor. Se acercaban a hablar conmigo, preguntando, haciendo fotos y molestando. Necesitaba un momento a solas.

Me encaminé a la cafetería y pedí una cerveza mientras leí­a mis mensajes en el móvil. El tipo grueso que tenía a mi lado ojeaba el periódico y de vez en cuando comentaba algo en voz alta. Yo no le prestaba excesiva atención. Me limitaba a asentir con la cabeza y continuaba centrado en la pantalla del teléfono.

̶ ¡Vaya! Han encontrado a la modelo desaparecida. Se cree que a ésta también la mató el asesino en serie. Estrangulada como a las demás e, igualmente, le había cortado el pelo. Es una pena. ¡Una pena, sí señor!

Miré la fotografí­a que me mostraba. A mi mente volvió la suavidad de su pelo, el precioso color pelirrojo y el aroma a champú. Apuré la cerveza de un trago y me dirigí al apartamento. Deseaba volver a acariciar el mechón, aunque su perfume ya se estaba disipando.

Estrella Vega


CRISOL DE SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora