EL ACCIDENTE

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El Accidente

Tras una caminata por el empinado sendero de piedras y tierra húmeda, llegamos a la cima. Entre abruptas montañas, vimos el lago azul celeste, que centelleaba bajo los rayos del sol, y la silueta de algunas cabras subidas en las rocas cercanas.

Me senté, para comer, en el peñasco más alto y escarpado que encontré, con las piernas colgando en el vacío, a pesar de las advertencias de mi madre.

La bajada se me hizo más fácil, aunque el camino era más directo e inclinado.

Adelanté a mis padres, y me dirigí­ por la carretera hacia el improvisado aparcamiento donde habí­amos dejado el coche. Escuché a mi padre avisándome del paso de coches.

En el camino de vuelta, divisé una casa de ventanas rojas. En el jardí­n, un niño jugaba en el columpio de madera.

El vaivén de la carretera, y el sonido del motor, me amodorró, y el sueño me acunó.

Un grito me despertó. El coche dio vueltas y más vueltas, hasta que todo se volvió oscuro. Estaba muy cansado, y cerré los ojos.

Ya ha pasado un año desde que tuvimos el accidente. Me cuesta pensar y concentrarme. Tal vez sean las secuelas. Solo recuerdo con claridad, sucesos ocurridos antes del accidente.

Hoy mi padre conduce, aunque no sé a dónde nos dirigimos. Mi madre observa por la ventanilla, con la mirada perdida.Tras el accidente, están más serios. Apenas conversamos.

Aparcamos donde la casa de ventanas rojas, y reconozco el jardí­n con los columpios que vi la última vez. Esta vez no está al niño que jugaba en ellos.

No sé por qué hemos venido aquí­, pero igual lo olvidé.

Bajamos por el arcén y dejamos atrás la casa de ventanas rojas.
Nos acercamos a la cuneta, y mis padres se detienen. Entonces me fijo. Han depositado unas flores junto a una cruz con la inscripción: «Nunca te olvidaremos, Pablo».

Estrella Vega

CRISOL DE SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora