EL REENCUENTRO

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Otra vez en el mismo lugar, pero algo había cambiado. El parque seguía en la penumbra otoñal que correspondía a esta época del año. Los árboles con sus tonos cobrizos y amarillos, sus hojas muertas cubriendo el suelo cual manto protector de un invierno incipiente. Entre los troncos de los fresnos se colaban algunos tímidos rayos de sol, iluminando cada resquicio como si de un filtro anaranjado se tratase.

El canto inexistente de las aves y la ilusoria presencia de cualquier ser vivo, daban la impresión de que el silencio abarcaba más allá de lo que mis ojos podían divisar.

Recordé el último día que mis pies pisaron esa tierra húmeda, dejando una huella que aun se podía adivinar en el borde del camino.

Consideraba al bosque como un lugar mágico y misterioso. Donde la naturaleza reinaba y las criaturas que lo habitaban vigilaban nuestro paso por sus dominios. Me gustaba deambular entre los abedules, los fresnos y las hayas. Escuchar el viento en las hojas como susurrando sus secretos a todo aquel que le prestase algo de atención.

Aunque me hubiesen gritado a pleno pulmón los peligros que se escondían entre sus sombras, no hubiese atendido las advertencias. La serenidad y calma que hallaba en ese fantástico mundo de sueños era tal, que nadie habría podido alejarme de él.

Entonces le vi. Por el mismo camino por el que nos encontramos la última vez. Caminaba lentamente observando el suelo. Se diría que buscaba algo entre las hojas y ramas caídas. Le seguí agazapada en silencio.

Unos pasos más adelante se detuvo, sentándose en una roca cubierta de musgo y bordes redondeados. Miraba a su alrededor como si esperase encontrar a alguien o quizás imaginando acontecimientos de los cuales, tanto él como yo, habíamos sido protagonistas.

Diríase que la satisfacción y el orgullo le invadían. Su cuerpo estaba más erguido y vigoroso que cuando había llegado.

De pronto se levantó y se dirigió a las moreras silvestres. Allí detrás había ocurrido todo. Los dos lo sabíamos. Aún podía sentir la humedad y el frío del suelo, las piedras en mi espalda y las ramas de los árboles recortándose en el cielo gris.

Removió las hojas y frutos secos del suelo hasta que dio con lo que buscaba. Una pequeña caja metálica cubierta de tierra húmeda. Observé como la limpiaba con esmero, recreándose en cada movimiento, rozando a penas la superficie. Con el mismo afán la abrió. Se limpió en la camisa las manos y con sumo cuidado sacó el colgante de plata. Fue como un susurro, como una plegaria, cuando leyó la inscripción: Paula.

Cuando le oí pronunciar mi nombre no pude evitar estremecerme. Acarició el colgante y durante unos minutos lo mantuvo en su mano, en silencio.

Recordé una novela donde afirmaban que el criminal vuelve siempre al lugar donde cometió el delito.

Y allí estaba él.


Estrella Vega

CRISOL DE SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora