RECUERDOS

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Tengo que hacer un gran esfuerzo para recordar cómo era mi vida antes de llegar aquí. Me cuesta imaginar que tuve otra existencia lejos de estos cuatro muros en los que me despierto cada día.

Me acuerdo de una mujer, quizás mi madre, de rostro dulce y mirada tierna que me peinaba frente a un espejo de marco rosa con dibujos infantiles pegados en la pared.

Sus labios me contaban historias que he olvidado. Aún siento el olor a talco en la alcoba donde me ayudaba a ponerme mi vestido blanco con flores bordadas y delicados encajes.

Había un parque de esbeltos árboles cuyas sombras nos protegían del sol estival y repleto de plantas con coloridas flores que yo utilizaba para decorar mi pelo.

Me encantaba montar en el columpio de madera para que ella me meciese, y en cada impulso sentía que mi cabello flotaba al viento, a la par que se llevaba una cascada de risas que afloran cada vez que ascendía intentando tocar las nubes.

Tengo guardado en la memoria el frescor del césped cuando caminaba sobre él con mis pies descalzos, y el olor de la hierba recién cortada entremezclándose con los jazmines y las azaleas.

Aun puedo viajar con mi mente al campo de lavanda. Su aroma me embriagaba y su color violeta, entremezclándose con el verde del campo, me inspiraban para realizar esos dibujos que a ella le gustaban. Un hombre, quizás mi padre, montado a horcajadas sobre un elegante caballo negro se acercaba a mí por el sendero. Sin esfuerzo, me sentaba delante suya y me llevaba a pasear por esos campos violáceos.

Pero todo eso cambio un día. Mi mente ha olvidado cuándo y cómo fue. Ahora parece que llevo aquí toda la vida. Y realmente, así es.

Por mi estrecha ventana puedo ver las estrellas al anochecer. Siento que las conozco y les pongo nombres que solamente yo conozco. Me tumbo en mi cama y desde allí observo el firmamento. A veces si me pongo de pie en una silla, puedo alcanzar a ver las copas de los árboles más cercanos por mi pequeño tragaluz.

Durante el día veo las nubes pasar. Juego a imaginar figuras con ellas y les cuento historias como hacía mi madre. A veces pasan lentamente y me imagino cómo las dibujaría, los colores que utilizaría y los matices que daría a mi pintura. En otras ocasiones, el viento las aparta de mi vista rápidamente y aparecen como una sucesión de bolitas blancas de algodón, flotando en un cielo con distintas tonalidades de colores.

En cierta época del año, un rayo de sol se cuela iluminando mi habitación. Es el único momento en que puedo sentir su luz y calor en mi piel. Me tumbo en el frío suelo y con los ojos cerrados, dejo que vaya recorriéndome.

De vez en cuando un ave se posa en mi ventana. Entonces me quedo muy quieta para que no se asuste y me deje otra vez sola. Le escucho y él me deleita con una bella melodía que me fascina y hace brotar las lágrimas de mis ojos.

Una vez entró una paloma y no supo salir. La alimenté y aproveché la ocasión para hacerme su amiga. Me gustaba su compañía y los días eran menos monótonos. Estuvo un tiempo conmigo, pero luego retomó el vuelo. De vez en cuando dejo migas de pan en el alfeizar, pero ella no ha vuelto a visitarme. Creo que ha sido peor conocerla. Ahora me encuentro aún más sola.

La única visita que tengo es del Encapuchado. Nunca me ha hablado, nunca se ha acercado a mí y nunca he visto su rostro. Pero, desde que tengo memoria, soy su prisionera entre estas cuatro paredes y mi pequeña ventana.

Estrella Vega

CRISOL DE SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora