Capítulo XXXII. Padre.

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Avenida Pintor Sorolla N° 125. 4
Diciembre 29, 1996

Dicen que cuando los demonios se unen, el mal se vuelve más poderoso, casi invencible.

Aquella noche había sido la indicada.

Aquella noche se habían reunido.

La bella mujer de veintinueve años, piel blanca, cabello rubio y curvas de infarto, hizo resonar su costoso calzado por los pasillos, sus pasos seguros y cargados de sensualidad desarmaban a cualquiera, de eso era totalmente consciente, y le fascinaba.

Caminó cual modelo por su pasarela, se sacó las gafas oscuras y tocó con delicadeza la puerta del departamento donde se le había citado.

Sus labios pintados de un rojo carmín parecían apetecibles y sus ojos verdes hipnotizantes.

—¡Hola preciosa! —Saludó Adrián y la mujer ingresó.

—¡Por fin! —dijo Martín quien al mirar a la impresionante mujer se puso de pie—. Pensé que nunca llegarías.

—Tenía que arreglar algunos asuntos. —La mujer caminó y finalmente depositó su abrigo y bolso en uno de los sillones de la sala —¿Por qué tanta urgencia de reunirnos?

—Estamos en problemas. —La voz de Martín parecía preocupada, impaciente. Tres pares de ojos se posaron sobre él.

—¿Pero de que hablas? —dijo la mujer, quien se servía whisky.

—Déjalo preciosa, esta con la absurda idea de que la muerte de tu primo fue planeada... —dijo Adrián en completa calma y sentándose con trago en mano.

—Nada de absurda —Martín se unió a ellos en la sala—. ¿Leyeron los informes enviados a la universidad?

—¿Que informes? —preguntó la mujer.

—A las universidades han enviado informes sobre la investigación de la muerte de Eduardo, en ella redactan que la muerte no fue por causas naturales como en un inicio se había dicho, lo envenenaron... Alguien lo envenenó. —Martín, aquel hombre egocéntrico y seductor ahora lucía agobiado.

—¿Pero qué dices? —La atractiva voz de la mujer resonó en el salón acompañada de una risa burlona.

—Es verdad...

—Mi primo era muy tonto, ¿Por qué querrían matarlo? —Interrumpió la rubia.

—Quizá saben de nuestros negocios —dijo finalmente Martín.

—¿Que negocios? —Contrarrestó Adrián quien comenzaba a cansarse de su socio—. ¿Te refieres a nuestras inversiones en restaurantes y clubs?

—Sabes bien que no solo es eso. —Martín se puso de pie y encaró a su socio, su voz frustrada hizo saber a sus acompañantes cuán asustado se encontraba—. Todos aquí lo sabemos bien. ¿A caso no temes que algún día alguien llegue a descubrirnos?

—¡Deja tus estúpidas paranoias y compórtate como un hombre!— gritó el de cabello negro prácticamente en el rostro de Martín—. ¡Entiéndelo, nadie se enterará de nada de lo nuestro a menos que alguno de nosotros decida contarlo...! —Cada palabra que salía de la boca de Adrián era pronunciada con odio, su voz que en un principio habían sido gritos, de a poco comenzaba a ser un susurro dicho con arrogancia—. Y tú no lo harás ¿O sí? Recuerda que gracias a eso el estúpido de tu hijo sigue con vida.

Aquellas últimas palabras habían caído sobre Martín como un balde de agua fría y Adrián lo sabía, su sonrisa de suficiencia lo demostraba.

—Tranquilo cariño... —La rubia se acercó al furioso hombre de cabello ondulado y posó sus delicadas manos sobre su hombro—. Nadie dirá nada, Martín sólo tiene un poco de miedo.

—Pues su maldito miedo no sirve de nada. —Adrián pasó su mano derecha por su cansado rostro. Recobró el control y continuó—. Escuchen bien, son muchos años en esto como para tener miedo ahora, esto es lo que les da sus estúpidos caprichos, esto es lo que siempre soñamos, esto es lo que mantiene a tu hijo con vida... —Clavó su pesada mirada sobre Martín—. Así que no me vengan ahora con que el cargo de conciencia comienza a aparecer porque si es así díganmelo y les pego un tiró antes de que se les suelte la lengua. ¿Estamos?

Martín vio reflejados en los ojos de su socio el mismo infierno y temió aún más por su vida.

Sabía que el haberse inmiscuido en aquellos negocios sucios siempre le supondrían un gran problema, nunca se había acostumbrado a vivir en la constante presión de ser descubierto, sin embargo el poder ver a su hijo aún vivo le daba las fuerzas para hacer su parte de trabajo y arrastrar a gente inocente a lo más profundo de la inmundicia y el dolor.

Él ni en sus más retorcidos sueños se imaginaba, cuando era joven que podría dañar a alguien. Tuvo una vida simple como cualquier otra, era respetuoso y aunque tenía su carácter jamás se había creído capaz de convertirse en el monstruo que ahora era.

Pero las circunstancias lo habían llevado por un camino distinto al pensado.

Cuando tenía dieciocho años y recién iniciaba la facultad, la chica con la que sostenía una relación amorosa resultó embarazada. Aquello le sorprendió pero también le dio una de las más inmensas de las felicidades.

Estudió mucho y trabajó el doble para poder dar a su futura familia hasta su propia vida, pero desgraciadamente cuando el bebé nació su amada Jazmín murió, dejándolo solo con un recién nacido que desde aquel día sería su adoración.

Martín se graduó y comenzó a trabajar, pero a pesar de recibir un buen sueldo no podía cubrir todos los gastos como padre soltero ya que lo recibido era para pagar lo que como estudiante había pedido prestado.

Con el más grande de los agobios y el cuerpo cansado sacó adelante a su hijo. Lo miró crecer y pasó con él el mayor del tiempo, que tampoco era tanto ya que para darle la vida de lujos y comodidades se había esclavizado al trabajo como profesor de universidad, aunque cuando su hijo entró a la adolescencia se maldijo una y otra vez por ello.

El haber descuidado a su hijo y entregarle todo a manos llenas habían provocado que el adorado Francisco se hiciera amigo del alcohol y novio de las drogas.

Martín no supo en que momento su retoño se había perdido en el sendero de la oscuridad. Claro, entre el trabajo y las tareas él había estado segado, hasta que una noche de Marzo encontró a su hijo prácticamente muriendo a causa de una sobredosis de varias drogas.

Corrió con la mayor de las angustias en su pecho en busca de ayuda y después de algunas horas lograron salvar la vida de su amado Francisco.

Pero nada volvió a ser igual.

Su hijo recaía una y otra vez en aquel veneno y dolorosamente Martín no podía hacer nada. Descuidó su trabajo y el dinero comenzó a menguar.

Sin más que hacer ingresó a su hijo a una clínica de desintoxicación en el extranjero, era eso o verlo morir, algo que él no estaba dispuesto a experimentar.

Su hijo parecía responder de manera positiva al tratamiento, pero todo ello tenía un costo, uno muy alto para el desgastado padre.

Martín quería ver bien a su hijo, pero su economía no era la mejor. Lo que tenía ahorrado no lograba cubrir medicamentos, estancias y exámenes médicos. Por lo que cansado regresó esperando recuperar su trabajo y ahí se encontró con su salvador. O eso fue lo que en un principio creyó.

Adrián, un ex-compañero escuchó sus penas y sin dudarlo tanto le invitó a hacerse socio de algunos proyectos.

Martín no podía creer lo que escuchaba, prostitución, clubs, drogas, alcohol. Todo lo que en un pasado le había arrebatado a su hijo.

Pero las cantidades de dinero que manejaba su amigo eran exageradas.

"—Con ello podrías pagar los tratamientos de tu hijo. El estaría mejor."

Y con la esperanza de una nueva vida con su hijo, a Martín no le importo unirse al mundo oscuro al que tanto había odiado.

Pero una vez más su vida había cambiado, desgraciadamente para mal.

Y ahora estaba ahí, frente al que parecía su dueño, siendo amenazado y privado de su libertad, una que le había valido para salvar a lo que, sin duda alguna más amaba.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora