Capítulo XI. Infierno.

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Avenida del Llano, N° 23
Noviembre 16, 1996

Ulises se encontraba en su habitación, acostado en su cama mirando al techo como si de ahí fuese a obtener los secretos del universo, el sonido de la televisión con programas basura hacía eco en el lugar.

Después de haber recogido a Celeste de la universidad, llevarla a su casa, preparar algo de comer y prácticamente obligarla a comérselo, él le había dado ansiolíticos para que pudiese dormir y descansara un poco, por lo que ella ahora dormía en la habitación que él le había cedido.

Habían hablado de temas sin importancia y él no había mencionado el angustioso estado físico en el que ella se encontraba. Desde el momento en que él la había visto hasta que ella había ido a descansar Ulises se había mordido la lengua para que ningún tipo de regaño o maldición saliera de su boca, pero una vez se cercioró de que la pequeña Celeste estaba completamente en los brazos de Morfeo, Ulises se dirigió a su habitación y cerrando su puerta con llave, gritó las miles de maldiciones que cruzaban por su mente.

Maldijo a Fernanda, a Alexa a Val, a los malditos que se habían cruzado en su camino y los habían destruido, también maldijo a Santiago y con el mayor de los dolores en su corazón también se reprochó a sí mismo. Todos y cada uno de ellos la habían destruido, todos ellos habían creado a aquella Celeste llena de cicatrices.

Celeste tan solo era una chica de veinticuatro años, era la menor de dos hermanas. De pequeña había tenido el amor de sus padres y el cariño de su hermana, desde que ella tenía memoria recordaba una familia llena de amor, comprensión y valores que sus padres se habían encargado de inculcar en sus dos más grandes tesoros.

Hasta los quince años su vida había sido de ensueño, había compartido tiempo con cada uno de los de su familia, con su padre quien le había enseñado que para lograr lo que quería, fuera cual fuera su sueño tenía que tener pasión por ello, solo así podría lograr sus objetivos. De su madre había aprendido a nunca rendirse y a tener valentía, y de su hermana había aprendido que siempre había que mostrarse fuerte ante los demás, le gustaba recordar a su familia así, unida, aunque la familia que tenía ahora ya no era ni el rastro de lo que fue.

Ulises se sirvió un trago de ron y se acercó a la ventana, pero una vez más recordó.

El diez de agosto de mil novecientos ochenta y siete, pasado un mes del cumpleaños de Celeste, ella se encontraba confundida y totalmente decepcionada. Aquel día había comenzado como cualquier otro, ella había asistido a clases en la preparatoria, había convivido con sus compañeros y había recibido la noticia de que le otorgarían una beca por tener un buen promedio. De camino a su casa se encontraba ansiosa por compartir el momento en familia, sentados a la mesa, disfrutando de la rica comida de su madre y de la buena compañía, pero todo eso se desvaneció en el momento en el que dio un paso a la entrada de su hogar, su madre se encontraba llorando sentada en una de las sillas del comedor, tenía los ojos hinchados de tanto llanto. Rápidamente se acercó a su madre para preguntarle qué sucedía, pero antes que pudiera decir algo escuchó gritos en la parte superior de la casa. Por un momento dudó en ir o quedarse con su madre, pero los gritos cada vez se hacían más fuertes y parecían ser reclamos de su hermana, sin pensarlo subió las escaleras y se acercó a la habitación de sus padres que era de donde provenían los gritos, lo que vio la dejó tocada, su padre estaba haciendo las maletas mientras su hermana no paraba de insultarle y expresar un montón de cosas que por ahora Celeste no entendía

—¿¡POR QUÉ HACES ESTO!? ¿POR QUÉ AHORA? SABES BIEN QUE ELLA TE NECESITA, TE DEDICÓ TODA UNA VIDA Y AHORA TÚ SE LO PAGAS ASÍ... —decía su hermana.

—El amor termina Fernanda, y mi amor por ella terminó, además esto es algo que no tengo porque hablar contigo. —Santiago continuaba haciendo sus maletas, se notaba un poco tomado, iba de aquí para allá, entre el baño y la habitación buscando sus objetos personales y metiéndolos en sus maletas.

—¿El amor termina? ¿¡EL AMOR TERMINA!? ¡ME TOMAS POR IDIOTA! —Le decía Fernanda, quien se había armado de valor y lo había detenido, ahora lo miraba a los ojos—. El amor que le tenías estaba bien mientras ella estaba bien, ¿No?, pero ahora que las cosas se ponen feas tú decides que el amor se terminó, ¡ERES UN MALDITO COBARDE QUE NO VALE NADA!

Celeste no supo reaccionar ante lo que escuchaba solo miró como su hermana terminaba en el suelo a causa del golpe que su padre le había dado, se quedó estática mirando como del labio de su hermana brotaba un hilo de sangre, la miró y después observó a ese ser que por ahora no conocía, tenía el rostro de su padre, pero no podía ser él. En los ojos de Santiago podía mirar odio, miedo, frustración pero lo que más llamo su atención fue la culpa y la tristeza. Celeste ayudó a su hermana a levantarse y mientras veía como su padre cerraba su maleta solo logró decir: —¿Te marchas?

Una pregunta bastante estúpida, pero no había querido decirla en realidad, era más bien una afirmación que repetía en su cabeza para poder acercarse un poco más a la realidad. Su padre solo se detuvo en el lumbral de la puerta pero no dijo nada más, ni siquiera se molestó en voltear, tomó sus maletas y se marchó, pocos segundos después Fernanda bajó a ver a su madre quien se encontraba de pie junto a la ventana mirando a la nada.

Dos horas después de lo sucedido Julia estaba dormida en la habitación de su hija la más pequeña, Fernanda se había marchado a quien sabe qué lugar, y Celeste estaba sentada junto a su madre, le gustaba verla dormir, la tranquilizaba.



...



Cuando Celeste despertó el reloj marcaba las diez de la mañana y su madre no estaba ahí, se angustio y salió a buscarla, cuando estaba a punto de bajar las escaleras escuchó que alguien tosía en el baño de invitados, por lo que apresuró sus pasos hasta ahí. Cuando abrió la puerta miró como su madre se encontraba de rodillas ante el inodoro tosiendo y vomitando sangre...

Aquellos recuerdos en Ulises eran tan profundos, Recordaba lucidamente como Celeste se lo había contado inundada en lágrimas, y después de eso, le toco vivirlo junto a su amiga.

A Julia, la madre de Celeste le habían detectado cáncer de pulmón, por ello Santiago, su marido, las había abandonado —Su miedo había podido más—. Aquel momento fue el comienzo de su larga y muy dolorosa travesía hasta el infierno.

A Ulises le había tocado observar cómo, tanto Fernanda como Celeste se habían desvivido por apoyar y sacar adelante a su madre. Ambas habían trabajado y estudiado al mismo tiempo, pasaban noches en vela cuidando a su madre que poco a poco moría a causa de la maldita enfermedad. Más de una vez había visto a esos dos bellos ángeles derramar lágrimas de desesperación e impotencia por no poder reducir el dolor de su madre.

Ulises se había rendido ante la fortaleza que aquellas chicas tenían, las admiraba y desde ese momento se había prometido nunca dejarlas y apoyarlas en cualquier momento. Ese fue su más grande error, entregar su vida, sin condición alguna a esos bellos ángeles que después de la muerte de su madre se habían transformado en los más temibles demonios.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora