Capítulo XXXVIII. Eduardo.

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Hace unos meses...

¿Quién no quiso alguna vez algo que no podía tener?

El plan perfecto trazado por Fernanda siempre había sido muy claro. Seducirlo, enamorarlo, matarlo. Lo que nunca tomó en cuenta es que yo también terminaría enamorándome de él.

Las múltiples noches de pasión y amor que pasé entre sus brazos me habían hecho sentir como hace mucho no había experimentado.

Las incontables noches escondidos en su cama habían hecho olvidarme de todo por lo que por mucho tiempo había trabajado, sus embriagantes besos habían enterrado en lo más hondo de mi ser a la feroz oscuridad que lejos de él siempre amenazaba con destruirme.

Por dos largos meses después de descubrir que mi amor por él solo iba en aumento valoré la posibilidad de escaparme con él a un lugar lejos de todos y de todo. Lejos de mi hermana y de Ulises, lejos de Alexa y sus adicciones. Dejarlo todo con tal de vivir junto a Eduardo, el amor que tanto bien me hacía sentir.

Y ese fue mi error, nunca tener el valor suficiente para irme y dejar de lado las continuas ordenes que Fernanda me daba. Nunca fui lo suficientemente fuerte para encararla y rebelarme en contra de su lengua afilada que cada tanto me escupía en la cara el porqué de todos sus planes.

Y entonces sucedió...

—Recuerden sus proyectos. Estaré el día viernes revisando sus avances en mi oficina a partir de las once. —comento él mientras todos comenzaban a prepararse para salir del salón.

Él también se levantó y con aquella elegancia que tanto lo caracterizaba se acercó al pizarrón y borro todos y cada uno de los lineamientos que se había encargado de explicar.

—Señorita Miranda. —dijo sin ni siquiera mirarme—. ¿Podría buscarme el día de hoy al terminar sus clases?... Estaré en mi oficina. —dijo aquello ultimo mientras su hermosa mirada me escudriñaba por completo y aquellos suaves labios que tanto me enloquecían se curvaban de manera tan apetecible.

—Claro profesor. —dije tratando de esconder una estúpida sonrisa que amenazaba con dibujarse en mis labios—. Solo que hoy mi última clase termina a las seis.

—Descuide, la estaré esperando. —espetó de manera segura, como quien recita una promesa, mientras tomaba su caro maletín y salía del aula.

Y así había sido. Él me había esperado, no en su oficina sino más bien en su habitación, una muy espaciosa que había sido testigo de las múltiples noches de encuentros furtivos que habíamos tenido.

Como siempre, había sido cuidadosa mientras subía por las interminables escaleras hasta ella y había utilizado la llave que el mismo me había entregado para entrar en aquel apartamento.

Solo fue abrir la puerta y ser asaltada por sus fuertes manos que tanto y también conocía mi cuerpo.

Sus sedosos labios se posaron sobre los míos reclamando ser atendidos como a él tanto le gustaba, su lengua exploró la mía y nuestras respiraciones de apoco fueron en incremento mientras mi razón comenzó a nublarse.

—Tardaste demasiado. —dijo entre jadeos mientras me tomaba de la mano y me conducía a uno de los sofás de la pequeña sala.

—Te dije que me desocuparía tarde. —repliqué.

—Sí, pero... Lo olvide. —contestó de manera juguetona.

Él era mi dueño, yo era solo suya. Él había entregado su corazón en mis manos y yo mi vida en las suyas.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora