Capítulo XLI. Perdida.

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Hace algunos años...

¿Cuánto sufrimiento es capaz de tolerar un alma antes de caer rendida a los brazos de la muerte?

Esa fue una pregunta que nunca antes me había hecho, nunca, hasta que mis días se convirtieron en interminables infiernos que me consumían pero que, por más duros que fueran no lograban llevarme a las puertas de la muerte.

Nunca supe cuántas noches pase susurrando a la penumbra que finalmente el último aliento de vida se esfumara de mi atormentado cuerpo y me alejara de lo que tristemente yo había escogido.

Desde la noche que me llevaron a ese lugar, hasta mi conteo de ocho meses, mi vida se redujo a los insultos, las violaciones, el alcohol y la droga que mis abusadores me facilitaban. Después de esos ocho meses, la vida continúo igual y empeoró pero deje de contarlos ya que entre el vodka y el cristal mi mente solo recordaba lo indispensable para seguir viviendo.

Por las mañanas, Josué entraba a la habitación con un plato de comida y un poco de agua. Me levantaba a jalones de la cama y me metía al baño para que me duchase y me dejaba para poder asearme y desayunar. Después de algunos meses, rara vez me terminaba el alimento que venía en la bandeja ya que para ese punto mi apetito se había esfumado.

El reflejo que me entregaba el espejo no era más que un fantasma que me lastimaba y que me recordaba lo cuan estúpida que fui para echar por la borda todo lo bueno que tenía. Y es que es muy tonto, pero eso que dicen que se valora lo que se tenía una vez que se pierde, termina siendo muy cierto.

Todo era un infierno, un maldito hoyo sin fondo del que no lograría salir, eso lo sabía y lo confirme cuando, después de algunos días de haber sido nuevamente violada, los ascos y un poco de fiebre me atacaron por la noche.

Me tiré en la cama rogando a dios que finalmente me llevara con él pero, entre medio de suplicas, a la mitad de la madrugada mis ojos se cerraron y logre descansar tan solo un poco. A la mañana siguiente, al despertar Adrián se encontraba ahí en compañía de un hombre de edad avanzada que me observaba de manera profunda y con un gesto molesto en su rostro.

Nunca pude oír de lo que hablaban, tan solo pude notar como el hombre se enojaba. Acto seguido Adrián le entregó un sobre el cual el hombre tomó y salió de la habitación sin cuestionar ni comentar nada más.

Después de eso, todo cambio.

Quisiera poder decir que me trataron mejor pero en realidad eso no ocurrió. En el día, encerrada en la mal oliente y diminuta habitación escuchando como llegaban nuevas chicas que dentro de poco terminarían como yo, y por las noches unos cuantos chutes de droga para poder soportar a los bebidos y locos hombres que me tocaban y poseían a su antojo, pero eso solo fue por unos cuantos meses, ya que al comenzar a notarse mi vientre ensanchado, mis encuentros sexuales disminuyeron a polvos esporádicos con algún que otro pervertido que se excitaba con una embarazada.

Nadie me dijo que esperaba un bebe, nadie me cuidó y mucho menos tuve el tiempo ni la fuerza para prepárame como madre.

En los primeros momentos cuando mi vientre creció, el asco y el repudio me hizo querer matar a lo que nacía en mí. ¿Cómo podría amar a lo que había sido producto de una violación? Ni siquiera sabía quién era el padre, y lo peor de todo es que tampoco me interesaba saberlo.

Una noche, después de llevar días enteros encerrada y completamente sucia, entré al baño, y al mírame al espejo ese repudio y la miseria creció mucho más en mí. Alexa ya no existía más, tan solo era una sombra de lo que había sido. Mis ojos rojos pedían a gritos una línea de cocaína para poder vivir, mis huesos se reflejaban sobre mi piel, la luz que en algún momento había tenido en mi rostro ahora no existía más, mi cabello color miel ahora lucía cenizo y revuelto sobre mi cabeza. Alexa no existía más. Yo misma la había matado.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora