Capítulo XLVIII. Juguete.

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Centro de Estudios Universitarios
Enero 12, 1997
Domingo por la noche

La habitación que tantas veces le había visto llorar ahora estaba destruida y sumergida en la oscuridad.

Después de dar la orden que terminaría con la vida del hijo de Martín, Celeste había regresado a su habitación. Solo había puesto un pie en ella, y tras cerrar la puerta su tembloroso cuerpo se había recargado en la puerta tratando de recuperar un poco las formas.

Su mente estaba cansada y su cuerpo dañado, pero todo terminaría muy pronto, ella cobraría la muerte de su amiga y se marcharía con su hermana y con su amigo para tratar de continuar con los pocos pedazos de su vida.

Tomó de la mochila negra que descansaba en su buró una de las libretas que había robado del departamento de Adrián y continuó estudiando la información que en ella estaba escrita.

Pasó entre hojas llenas de números y nombres, fechas y pequeños recordatorios hasta que algo llamó su atención.

Al pasar a otra hoja una pequeña fotografía de alguien que ella conocía a la perfección quedo expuesta. Fernanda, su hermana se encontraba abrazando a Adrián. Ambos lucían felices en alguna parte del departamento en la que, tanto Alexa como ella habían estado.

"Tal vez, la felicidad está en caminar hasta que nuestras miradas se encuentren"
Siempre tuya.
Fernanda.
Septiembre 7, 1995.

Sus manos temblaron al leer aquella dedicatoria escrita por su hermana. Esa era sin duda se letra.

Su corazón se aceleró y la sangre en sus venas la sintió hervir al unir muchas cosas que antes sus ojos no habían querido ver.

Por años, Ulises había querido que ella se diera cuenta del falso amor que su hermana le profesaba, pero ella, por lealtad y amor lo había ignorado. En su cabeza jamás habría cabido aquella idea de Fernanda dañándola, sin embargo eso había pasado.

Todo había sido por ella. Siempre fue Fernanda.

El coraje salió de Celeste en forma de lágrimas saladas mientras su mente comenzó a nublarse de múltiples recuerdo.

La pelinegra se había vuelto una asesina tan solo por los caprichos de su retorcida hermana. Había borrado al amor de su vida, su amiga había muerto, todos estaban expuestos por tan solo un capricho.

Aquel ser que siempre había pregonado amarla no había más que arrojado su cuerpo a las llamas del infierno sin compasión ni corazón. Y sumergida en una espiral de rencor, ira y dolor, Celeste tomó cuanto encontró por su camino y lo arrojó con fuerza a paredes y pisos.

Algunos alumnos de habitaciones contiguas escucharon gritos y golpes, pero al acercarse a la puerta preferían retroceder y dejar a quien quiera que fuera desquitar su enojo.

Y las horas pasaron y un rayo de luz de luna se coló por entre las pesadas cortinas. Celeste había quedado entre la penumbra, sentada en una esquina admirando las cosas rotas esparcidas por la habitación.



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Avenida Campaban N° 23
Enero 12, 1997
Domingo por la noche

Había corrido por las calles con profunda desesperación rogando en su interior llegar a tiempo con su hijo, tratando de ignorar el dolor que en su pecho no hacía más que extenderse.

Pero ni todos sus esfuerzos habían valido para salvar la vida de su hijo.

Su cuerpo tembloroso y bañado en sudor se había quedado pasmado en la entrada de la habitación de Pablo tan solo mirando el cuerpo frio de su hijo.

Sus ojos habían quedado abiertos y con las pupilas dilatadas. En su brazo izquierdo, una liga quirúrgica había expuesto una linda vena por la que había corrido una buena dosis de droga. La única culpable su muerte.

Martín cayó arrodillado ante el cuerpo de su hijo, lloraba desesperado, arrepentido de cada una de las decisiones que lo había llevado hasta ese momento, uno de los más amargos en su vida.

No le quedaba nada ni nadie por quien seguir. Pablo se había ido.

Con el corazón destrozado tomó entre sus brazos el cuerpo frágil de su hijo. Cerró, con un nudo de dolor en su garganta, los ojos sin vida de su hijo y sintió que su mundo se desmoronaba.

Él había roto su promesa, aquella que le había hecho a su amada Jazmín en el lecho de su muerte, aquella que decía que cuidaría a su hijo del mundo.

Y prisionero de su dolor, su mente enloqueció.

Martín alzó su mirada y encontró descansado sobre la orilla de la cama la misteriosa caja negra que había sido portadora de la muerte de su hijo. Dejando a su hijo se puso en pie y tomándola entre sus manos apenas pudo leer el mensaje que Celeste había escrito para su hijo.

Ella había cumplido con su amenaza.

Martín sintió hormiguear su brazo izquierdo y el aire comenzó a faltarle. Intentó llegar hasta el teléfono de la sala pero el dolor en su pecho se tornó tan intenso que cayó rendido al piso.

Celeste no pudo planearlo mejor. Martín también había muerto.

La pesadumbre por la pérdida le había matado.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora