Capítulo XXXVI. Alas.

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Clínica de desintoxicación y control
Diciembre 31, 1996
Altas horas de la madrugada

Las alarmas de emergencias en la habitación doscientos trece saltaron provocando que enfermeros salieran disparados a atender al paciente que se debatía entre la vida y la muerte, pero desgraciadamente la muerte lograría, sin tanto esfuerzo su cometido.

Los enfermeros llegaron ante la pusilánime Alexa, y aunque trataron de distintas formas de reanimarla, ninguno miró los claros ojos de la paciente volver a abrirse, lo que indicaba que su trabajo había sido en vano.

Mientras los enfermeros corrían de aquí para allá en busca de reanimarla, dos agitadas respiraciones se escucharon en la entrada de la habitación.

Fernanda y Ulises habían emprendido carrera en cuanto Sebastián, el médico compañero de ella les había informado de la situación, y pese a que habían sido rápidos, ninguno llegó a tiempo para salvar la vida de la mártir Alexa.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó angustiada Fernanda, quién sabía de sobra lo que ocurría, solo que buscaba alargar más la triste noticia.

—No... —dijo nervioso un chico de cabello negro y lentes de moldura cuadrada—. No pudimos hacer nada. Ha muerto.

La pelirroja soltó el aire que oprimía en su pecho y dedicando una mirada afligida al cuerpo ya sin vida solo pudo sostenerse del borde de la cama. Se aferró a él como si fuese un salvavidas.

«Ha Muerto.»

Aquellas palabras cayeron sobre Ulises como un balde de agua fría, y sin poder procesar la noticia, permaneció estático en la entrada, justo detrás de la pelirroja, quien tampoco logró decir ni una palabra.



~•♚•~



Celeste, totalmente abrumada había permanecido con su amiga hasta el último momento. Fue testigo de cómo los ojos claros de su amiga se cerraron de manera lenta y cómo su respiración se fue debilitando hasta el punto de ser completamente inexistente.

Su vida había terminado.

Celeste había derramado en aquel cuarto lágrimas de impotencia antes de salir apresurada al único lugar que tenía auténticas ganas de visitar, pero había sido cuidadosa. El propósito, no ser vista por Fernanda o Ulises ya que, sabía de sobra que si los encontraba, en algún punto alguno de ellos —si no es que ambos— tratarían de impedirle continuar con su camino.

Por eso en cuanto las alarmas habían comenzado a sonar, Celeste dio un último beso en la frente de la que había sido su segunda hermana y con la sensación de opresión en su pecho salió de aquella habitación.

Extrajo de la chaqueta que Ulises le había dado las llaves de su camioneta, y sin pensarlo dos veces caminó hasta ella. Una vez estuvo dentro, y dedicando un último vistazo a la entrada principal del edificio encendió la camioneta y se marchó.

Manejó con los ojos vidriosos, en cada tanto las lágrimas surcaban por sus mejillas tratando de liberar así, el sufrimiento que tanto la oprimía.

«—Alexa se encuentra en realidad muy mal. Ha sufrido de violación en repetidas ocasiones...»

Aquella vieja conversación se repetía en su cerebro una y otra vez, torturándola, dándole el impulso necesario para continuar.

Condujo con ojos vidriosos y manos temblorosas por las solitarias curvas que conducían hasta la ciudad, teniendo como única testigo a la luna, aquel bello ser que miró a la frágil chica de cabello negro conducir de forma desesperada en busca del antídoto para su dolor, un dolor que nunca se borraría, un dolor que tan solo sumergía en más miseria a la torturada alma de Celeste.

«—Los niveles de droga en su sistema son alarmantes, no logro comprender como es que sigue viva... Será adicta de por vida...»

La camioneta derrapaba en cada curva, quien quiera que le hubiese visto juraría que terminaría cayendo por alguno de los acantilados pero, la muerte tenía otros planes, Celeste era su protegida.

«—Es una realidad. Él bebe que tuvo también es un adicto. Es necesario encontrarlo...»

Y es que la muerte se sentía atraída por almas rotas, por almas que vagan por este mundo penando y arrastrando la tristeza en sus ojos, así como aquella chica a la que la muerte había reclamado como suya y la había cubierto con sus inmensas alas oscuras. Los demonios que hacía tiempo le torturaban, ahora cuidaban de ella, aquellos demonios le inyectaban en las venas la adrenalina suficiente para consumar lo que tanto anhelaba y que por fin le haría descansar.

Pero tanto pesar le impedía seguir por lo que, salió al frío exterior y llenó sus pulmones del fresco aire de la madrugada. Se recargó sobre la puerta del conductor y sintiéndose débil se dejó caer sobre el duro asfalto.

Dio un desgarrador grito de impotencia y lloró.

Aquellas lágrimas no solo fueron por su amiga, no. También fueron por la muerte de su amado. Una muerte que, para aquel momento había sido innecesaria.

«—¿Por qué tenías que hacerlo? ¿Por qué tenías que ser tú? ¿Por qué mi dolor y mi amor tenías que ser tú?»

Los minutos pasaron y se hicieron horas, horas en las que Celeste se dedicó a recordar todo lo vivido, todo aquello que hasta ahora conformaba su vida.

Y la madrugada se volvió amanecer, y los primeros rayos de sol acariciaron su tersa piel. Le calentaron el alma.

Los hilos finos de lluvia salada que horas antes habían empapado su rostro ahora habían sido reducidas a tan solo marcas en sus mejillas.

Ingresó nuevamente a la camioneta y un poco más tranquila, pero aun con sed de venganza en su interior, condujo una vez más.



~•♚•~



Los minutos dentro de aquella habitación transcurrieron de forma tan lenta que por un momento Fernanda sintió que el tiempo se había congelado. Miró como en la pantalla del lector de signos vitales se dibujaba una delgada línea continua acompañada de un martirizante sonido que no indicaba más que, su miedo más profundo se había hecho realidad. Giró completamente desorientada su cabeza y con ojos vidriosos observó el rostro consternado de Ulises quien yacía en el umbral de la entrada, con el cuerpo tenso y llenó de pesadumbre.

Quiso correr hasta él y refugiarse entre sus brazos pero Ulises le miró con enfado y sin tiempo a hablar salió despavorido en busca de su amiga.

Corrió por los pasillos en busca de Celeste pero ella no apareció, por lo que temiendo lo peor extrajo de la bolsa de su pantalón su celular y marcó el número de su amiga.

Silencio.

La línea no dio ni un tono de marcación.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora