Capítulo III. Recuerdos.

170 22 2
                                    


Centro de Estudios Universitarios

Octubre 24, 1996

Aquel jueves había amanecido gris, así como más de uno se sentía. Habían pasado dos semanas del fallecimiento de Eduardo, y aunque las cosas habían vuelto a la normalidad, los directivos de la facultad, y facultades vecinas habían incrementado la seguridad en los campus por miedo a que su muerte hubiese sido provocada, aunque no se sabía hasta el momento la verdadera causa de la muerte.

También, tras una búsqueda del que tomaría el puesto del difunto Eduardo, el director había contratado a Martín Arias, quien había sido amigo de Eduardo.

Martín tenía su título como ingeniero en software, había trabajado antiguamente en la facultad, pero por trabajo en el extranjero y otras situaciones hacía más de cuatro años que no laburaba ahí, pero ahora regresaría para encargarse de impartir las clases que Eduardo no había podido concluir, añadiéndole también que, se haría responsable del departamento de coordinación de la carrera de ingeniería informática y en administración y dirección de empresas.

Los alumnos que conocían al profesor Martín mencionaban que era muy bueno a la hora de explicar, era innovador y amante de su trabajo, aunque también se decía que era un profesor muy "atento" con aquellos alumnos que llamaban su atención.

Esos rumores habían llegado a oídos de Oliver, quien, como buen comunicativo se había encargado de hacérselos saber a sus amigas.

—Ya te habías tardado en buscar un nuevo objeto de estudio —Le decía Celeste a Oliver mientras se dirigían a la primera clase con el nuevo profesor.

—¡Ya!, ninguno se puede comparar con Eduardo, pero en algo debo entretenerme ahora que él ya no está, ¿No?

—¡Pero Oli! No conoces al nuevo, no puedes juzgar aún —comentó entre risas la de cabellera negra.

—Cierto, quizá éste esté más bueno.

—¿Siempre eres así?— le dijo Daniela a Oliver tratando de contener la risa que sus comentarios le provocaban.

—Es un don —contestó este último mientras alzaba los hombros en señal de resignación.

Las tres chicas junto a Oliver llegaron al salón —por primera vez temprano— y tomaron sus respectivos asientos mientras entre plática y risas esperaban que el nuevo objeto de estudio hiciera su aparición.

A las diez de la mañana en punto, el profesor Martín entraba al antiguo salón A3. El sofisticado hombre era de aproximadamente uno sesenta y ocho de altura, tenía el cabello negro con canas, cosa que contrastaba con su físico, ya que su aspecto mozo le haría pasar desapercibido entre la comunidad.

—Buenos días chicos. —Se detuvo a mirar a cada uno de los alumnos y después de examinarlos como por un minuto con aquellos ojos altivos y una sonrisa pícara continuó caminando hacia su escritorio donde dejó su maletín y se sentó en la mesa —. Soy el profesor Arias, y continuaré con el trabajo del fallecido Sandoval. —Sonaba seguro y hasta podría decirse que en su voz se notaba un poco de su galantería. Las chicas de inmediato le prestaron atención, querían ver si de verdad era como tanto se los habían pintado.

Que mal, si no hubiesen estado tan ocupadas mirando al nuevo profesor se hubieran podido dar cuenta que a Celeste le costaba respirar, su mirada se notaba perdida. Sabía muy bien quién era aquel hombre, recordaba de hace mucho su rostro, nunca lo había podido borrar de su mente. Por un momento sopesó el correr hacia él y gritarle miles de maldiciones acompañadas de unos buenos golpes hasta quizá provocarle la muerte, pero no lo hizo, solo tomó su anticuado celular, y sin más se dispuso a salir del salón.

—¿Señorita? —Se escuchó que la llamaban.

—Miranda —contestó de manera automática Celeste quien se encontraba ya a escasos pasos de la salida.

—Miranda, ¿A dónde se dirige?, recién comenzó la clase —cuestionó el hombre con una sonrisa desafiante instalada en el rostro.

Celeste respiró despacio tratando de contenerse, y de la manera más tranquila y natural posible contestó: —Necesito el baño.

—Bien, no tarde. —dijo el hombre no sin antes dedicarle una hambrienta mirada a todo su cuerpo. Una horrible mirada que hiso encender aún más el odio de la pelinegra.

Celeste se apresuró a salir y una vez estando al pie de las escaleras llamó al único que la podría contener.

—¿Si?

—¡Él está aquí! —Sonaba desesperada.

—Celeste tranquila, respira. ¿Quién está ahí?, ¿De quién hablas?

—Hablo de Martín, el que nos faltaba. ¡Él está aquí!

La respiración de Ulises se aceleró.

—¿¡Cómo!? ¿¡Dónde estás!?

—Estoy... —Celeste comenzaba a ponerse nerviosa, pasaba las temblorosas manos por su cabello —, Estoy en la escuela, es profesor, será mi profesor, el sustituto de Eduardo.

—¡Mierda! —Maldijo nervioso el moreno —.Celeste tranquila, pasaré por ti a la una treinta, necesitamos hablar. Mientras debes estar tranquila. ¿Estarás bien hasta que vaya por ti?

—Yo... ah sí... estaré bien. Yo solo... necesitaba contártelo.

—Bien cariño, tranquila, te veo en un rato.

Ulises colgó y Celeste, muy a su pesar, tenía que volver a clases.


...


Marcadas las dos treinta en punto, Ulises se dirigía a toda prisa a la universidad en busca de Celeste. El trabajo en la pastelería le había dificultado salir antes. Conducía como desesperado, trataba de comunicarse con ella, pero los intentos eran en vano pues solo saltaba el contestador, necesitaba a toda costa llegar por Celeste pues no sonaba para nada tranquila, y no la culpaba, uno de sus mayores miedos había por fin aparecido. Por mucho tiempo había imaginado que aquel momento pudiera pasar, sin embargo no fue hasta que sostuvo aquella llamada con Celeste cuando supo que en realidad ella no lo había superado del todo, y para ser sinceros, tampoco él.

A las tres y veinte Ulises estaba tocando la puerta de la habitación de Celeste. Quizá eran sus nervios traicioneros quienes hacían que el tiempo pasara demasiado lento, pero tras unos cinco minutos, que para él parecieron una eternidad, la puerta se abrió y él finalmente entró. Celeste permaneció de pie frente a él con la mirada perdida y sosteniendo en sus manos una taza de humeante café.

—Les, perdón por tardar, el trabajo en la pastelería... —Ulises trató de recobrar su normal respiración tras tremenda carrera.

—No importa, ya estás aquí. —La voz tranquila de la morena tan solo transmitía más preocupación al afligido joven.

—Nena, es una pregunta tonta, pero ¿Estás bien?

—Yo... no lo sé. Él está aquí, su nombre es Martín.

—Martín... —dijo entre murmullos el chico.

—Sí, será mi profesor y tutor, ocupará el lugar de Eduardo. Antes trabajaba aquí, pero se fue por motivos de "trabajo", y ahora el maldito vuelve.

—Maldito... —manifestó con rencor Ulises—. Ahora... ¿Qué haremos?

—Con él aún no lo sé, pensaremos algo, mientras tanto debemos informar a Fer.

—Bien, la llamo ahora.

Las Nornas: La Diosa de la Noche ‖ Libro Primero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora