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Capitulo 3

—Porque realmente maté a mi hermano.

Aunque Kagome viviera mil años, jamás olvidaría la expresión del rostro de Inuyasha al pronunciar esas angustiosas palabras. Su sufrimiento. Su dolor.

No era el rostro de un hombre que hubiera matado a su hermano. Al menos, no de forma premeditada.

Era el rostro de un hombre atormentado por la pérdida. De un hombre que habría dado cualquier cosa por devolverle la vida a su hermano.

— ¿Qué sucedió?

Sus ojos dorados se tornaron gélidos cuando se apartó de ella.

— ¿Y a ti qué te importa? No lo conocías. Por los demonios del infierno, apenas me conoces a mí y no tengo ganas de hablar de eso.

Respetaría su decisión. Resultaba de lo más evidente que estaba muy dolido por la pérdida de su hermano y por lo que le había sucedido, fuera lo que fuese.

A lo largo de los años había escuchado un buen número de historias acerca de la muerte de Sesshomaru MacAllister. Había quien aseguraba que Inuyasha le había rebanado el pescuezo mientras dormía. Otros decían que le había arrancado el corazón. Y unos cuantos se decantaban por historias mucho más grotescas.

Lo único que los rumores tenían en común era que Inuyasha había matado a Sesshomaru.

A título personal, Kagome no creía en esos cuentos por una sencilla razón: si Inuyasha MacAllister le hubiera quitado la vida a su hermano, no habría mantenido una relación tan estrecha con los otros tres MacAllister. Y éstos no saldrían en su defensa cuando se hablaba mal de él.

Cualquiera que tuviera una gota de sangre escocesa en las venas conocía la única ley que regía el clan de los MacAllister: amenazar a un hermano era amenazarlos a todos.

Una relación fraternal como ésa no toleraría, ni mucho menos protegería, a Inuyasha si fuera culpable del asesinato de Sesshomaru. Y por eso Kagome había estado dispuesta a jugarse la vida con semejante deducción.

Por fortuna, hasta el momento había estado en lo cierto.

Inuyasha la condujo hacia un pequeño establo en el que no se había fijado cuando llegó. Escondido tras un bosquecillo, era un corral de buen tamaño que aprovechaba un hueco de la montaña y estaba cerrado por una cerca de madera.

Kagome miró a su alrededor con el ceño fruncido. Había dejado a su doncella y a uno de los criados de su padre esperando en las cercanías, junto con su yegua. En ese momento sólo su montura seguía allí. Las dos personas y sus respectivos caballos no se veían por ningún sitio.

-¿Yura? ¿Manten? — los llamó al tiempo que echaba un vistazo por los alrededores.

— ¿Qué haces? — le preguntó Inuyasha.

Kagome siguió buscando a sus acompañantes con una expresión perpleja en el rostro.

—Mi doncella y uno de los hombres de mi padre estaban aquí. Los dejé para llegar a solas hasta vuestra... —Se detuvo antes de decir algo que pudiera ofenderlo y luego concluyó—Casa.

Él la miró con incredulidad.

—¿Y tu escolta lo permitió?

—Bueno, sí. No discutió cuando le dije que iría a vuestra cueva sola. Dijo que esperaría justo aquí hasta que regresara—El miedo y la preocupación le provocaron un nudo en el estómago— ¿Creéis que puede haberles ocurrido algo?

Antes de que el hombre pudiera contestar, Kagome vio un trozo de pergamino atado a su silla de montar con una cinta roja. Movida por la curiosidad, se acercó y la desató. Desplegó la nota y la leyó. Kagome contempló las palabras, estupefacta.

ᴱˡ ᵉˢᶜᵒᶜéˢ ᵈᵒᵐᵃᵈᵒ √ ⅈꪀꪊꪗꪖડꫝꪖDonde viven las historias. Descúbrelo ahora