XV. Desahogo

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Hay distintas formas de desahogarse.

Con ira, con furia.

Con adrenalina, con dolor.

Pero también con pasión.


Era bien sabido, en todas las especies, que las armas hechas por dragones eran las mejores.

Los hombres lobo de todos lados, nunca tenían convenios con los dragones. Era como si las especies fueran enemigas por naturaleza. Así que ellos debían mantenerse solamente con sus garras y dientes, después de todo, no era necesario el uso de armas en ellos.

A diferencia de los vampiros, los hombres lobo sí disponían de velocidad para matar, por lo tanto, no necesitaban armas.

Pero no estaba de más aceptar la invitación de Nilton y llevar alguna que otra arma a casa. Aunque a él no le gustara la idea, la guerra era inevitable.

La forja de los dragones era subterránea y el calor comenzaba a filtrarse en su piel. Los hombres lobos eran de sangre caliente, por lo tanto, el calor les afectaba más y no sentían el frío.

Matthew lograba captar pinturas en la pared, dragones dorados, rojos y plateados enredados los unos con los otros por todo el muro.

Nilton iba delante de él, llevaba una camiseta sin mangas dejando ver la marca en forma de dragón que todos los de su especie poseían en su hombro, la cola del dragón tocaba su garganta. Su pelo oscuro estaba atado en media cola de caballo, dejando que mechones rozaran su cuello. Llegaron a una puerta en donde varios dragones se enredaban los unos con los otros y Nilton se giró para darle una sonrisa. Sus ojos amarillos verdosos brillando de diversión.

—Bienvenido a la mejor forja que podrás conocer en toda tu vida —La sonrisa del dragón era confiada y Matthew estaba a la expectativa.

Cuando la puerta se abrió, los vellos de su piel se erizaron. Había armas de todo tipo, de toda época en aquella habitación, brillaban a la luz de una caldera al fondo. Matthew entró, Nilton lo tomó de la muñeca y lo jaló. Su mano estaba ardiendo.

—La mayoría de veces, por no decir siempre, creamos armas destinadas a matarlos a ustedes, las sirenas y las hadas —comentó Nilton. Soltó la muñeca de Matthew y tomó una daga plateada del muro y se la enseñó. Aún sin tocarla, Matthew podía sentir cómo el material lo podría quemar, el aroma tóxico le inundó la nariz y la arrugó.

—¿Para qué me trajiste si solo querías mostrarme armas para matarnos? —preguntó frunciendo el ceño. Nilton borró su sonrisa e hizo una mueca. Devolvió el arma al muro y suspiró.

—Te veo estresado, y quería ayudarte a despejar tu mente —comentó. Matthew resopló.

—No hay tiempo para eso —respondió. Nilton gruñó.

—Agni y yo hicimos unas armas de hierro bendito, suponemos que eso podría al menos hacerle algo de daño a los hechiceros —Le hizo una señal con la cabeza hasta el fondo. Matthew lo siguió, pudo ver en el suelo un montón de maletas marcadas.

—Vaya orden —comentó. Nilton asintió.

—Es parte de la alianza, vamos a entregar armas a todos. No quiero a Mia aquí dentro, así que quedé en dárselo a ella y a Amelie mañana en el salón de baile —Matthew sonrió.

—Pensé que Alex era el que se llevaba de la mierda con Mia —comentó Matthew, la enemistad entre el vampiro y la sirena parecía tan natural en ellos desde el día en que se conocieron.

Dama de la noche [Los traidores #2] «TERMINADA»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora