VI. Secreto del Nilo

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Toda la magia que el río guarda,

es nuestro.

De nadie más.

La única forma de quitárnoslo,

es de nuestras frías manos muertas.

Si es que no te matamos primero.


Para Mia, no había mejor lugar en donde sentirse bien, sentirse completa, que no fuera en su galería.

Como sirena, la música hacía parte de su vida, pero no se sentía completa cuando tocaba, a diferencia de cuando sus manos sosteniendo aquel pincel dejaban colores en el lienzo.

Pintar para ella, era liberación, paz, su escape de toda esta guerra que, aunque muchos dudaran, afectaba a su manada.

El color azul cielo, tal y como su mechón de cabello, inundó el lienzo cuando ella lo pasó... la delicadeza del color causando tranquilidad en ella.

Suspiró, y cambió el color del acrílico sin limpiar el pincel, le gustaba combinar colores de esa forma.

—¡Mia! —el grito de su madre la hizo gruñir, sabiendo para qué lo hacía.

—¿Qué? —gritó ella en respuesta.

—La reunión comenzará, ve a buscar a Zia —Mia colocó los ojos en blanco y dejó la paleta de colores en la mesita que tenía a un lado del caballete, y se limpió las manos con un trapo. Salió de la galería soltando su rubio cabello que normalmente amarraba para no mancharlo de pintura y enseguida se vio inundada de agua. Por instinto, más que porque ella lo decidía, sus piernas desaparecieron y una larga aleta azul apareció, normalmente lo único que estaba inundado de agua eran los pasillos de la casa, los salones y las habitaciones contenían un tipo de magia que evitaba que el agua permaneciera hasta la puerta.

Nadó hasta la habitación que normalmente usaban para invitados que estuvo desocupada cuando Opal se fue, y que ahora, una sirena de su misma familia tomaba el lugar luego de la famosa operación que la Reina de los hechiceros había hecho para reestablecer las líneas después de la batalla.

Aquella maldita batalla que acabó con tantas vidas. Una estúpida guerra la cual su especie no tenía nada que ver. Una guerra en que, en verdad, ninguno tenía que ver en realidad.

Una batalla de poder en el cual todos estaban siendo perjudicados, por la ambición y la humillación.

Los nuevos integrantes de la manada pudieron acogerse fácilmente, por suerte... bueno, al menos la mayoría.

—Mia niñera al rescate —murmuró la sirena tocando la puerta de la habitación. No respondieron del otro lado, lo que la hizo gruñir. Recordó las veces en que tocaba la puerta y Opal no aparecía, o simplemente no le quería abrir por estar del otro lado llorando, o al menos eso era lo que Mia suponía que hacía—. Zia —llamó. No le respondieron—. Zia, mi madre va a hacer una reunión y nos quiere a todas ahí.

Nada.

Con un gruñido, abrió la puerta y se dió cuenta que la habitación estaba vacía.

Normalmente, la habitación de invitados poseía tan solo una cama, un closet y un escritorio. Cuando Ángela instaló a Opal en la casa, ésta decoró la habitación para hacerla más suya, para no sentirse una total extraña en el lugar.

Aunque siguiera siéndolo.

Después de la guerra, Ava ordenó desocupar la habitación, puesto que no quería cosas de una asesina traidora en su casa. Irónico, ya que su madre estaba contenta cuando Ethan le comentó del plan de Ángela y el cómo usarían a Opal.

Dama de la noche [Los traidores #2] «TERMINADA»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora