I. Anhelo

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Un corazón roto.

En pedazos.

Se inunda de sangre invisible,

espesa que mancha el alma.

Podría pasar todo el día sufriendo

pero mantengo la esperanza de encontrarte.

Seguiré luchando, hasta perderme a mí mismo

solo para volverte a ver.



La mente era oscuridad total, un vacío absoluto en donde podías crear las puertas para poder hallar lo que buscas. Un recuerdo, un pensamiento, lo que fuera que se ocultara en lo más profundo de la mente, podía encontrarse si tenías la suficiente concentración que se requería.

Concentración que, definitivamente, yo no poseía y que aún no había podido adquirir en dos meses de entrenamiento.

—¡Concentrado! —exclamó la reina Marie golpeándome en la espalda. Apreté los dientes para no quejarme.

Al principio del entrenamiento, no había entendido porqué ella pretendía que meditara descamisado, hasta había intentado bromear diciendo que no soportaba verme con ropa... Ya entendía porqué el asunto del torso desnudo.

—Si te la pasas golpeándome ¿como quieres que me concentre? —Me quejé—. Además ¿como haces que me duelan los golpes?

—Se llama magia, Alexander —Ella suspiró y se colocó frente a mí. Se sentó a unos metros—. Llevamos dos meses en esto, y aun no has podido ni entrar en tu propia mente.

—¿Cómo se supone que debo hacer eso? Mi mente es... mi mente. No comprendo como supuestamente debo entrar en ella —Ella volvió a suspirar e hizo un movimiento con su mano. La mayoría de las velas que estaban en la habitación disminuyeron su luz, llevaba tanto tiempo metido en esta habitación para meditar que conocía hasta la más mínima mancha del lugar.

—Concentración, Alexander —repitió ella. Yo gruñí, aunque estaba ya acostumbrado a que ella me llamara por mi nombre completo—. Primero, debes sumergirte en tu mente, apreciar aquel abismo que es ésta. Luego, creas una puerta, en esta puerta puedes encontrar recuerdos, busca uno en concreto, uno de cuando eras un bebé y, por obvias razones, no puedas recordar. Ese es tan solo el principio, Alexander.

—¿Y eso es todo? —pregunté. La Reina Marie me hizo una mueca.

—Es más difícil de lo que parece. No puedes controlar la mente de otra persona, sino controlas la tuya primero —Se levantó y me hizo una señal para que cerrara los ojos. Obedecí—. Piensa que para poder controlar la mente de la Dama...

—Opal —Le corregí en un gruñido. Estaba harto que olvidaran de que ella seguía ahí, de que debajo de esa capa de maldad que era la Dama, aún estaba la chica que amaba.

—Bien. Piensa que si quieres que Opal vuelva a ser ella misma, debes controlar su mente con delicadeza. Si haces lo mismo que Caillic, y tratas de controlarla a la fuerza, lo que harás es que se salga aún más de control. Un ser vengativo, como lo es la Dama, es muy inestable, como un animalillo asustado.

» Por eso le pongo tanto empeño en este entrenamiento, y aprovechando de que, extrañamente, Caillic no haya vuelto a atacar.

—Tal vez sabe que me estás entrenando —comenté abriendo un ojo y mirándola, Marie frunció el ceño.

Dama de la noche [Los traidores #2] «TERMINADA»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora