Capítulo 11 - Vekta

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Capítulo 11 – Vekta, 1.831, Eolia, Lameliard



Pura tecnología punta. Los "Dragones del Vórtex" eran una auténtica maravilla, y cuanto más profundizaba en sus entrañas, más fascinante era lo que encontraba. Aquellas naves eran producto de la fantasía: monstruos alados cuyo funcionamiento no solo respondía a la maquinaria interna. Había algo más, algo que Vekta no era capaz de captar con su cámara, pero que percibía en lo más profundo de su ser.

La magia fluía dentro de aquellos colosos.

Iba a ser complicado que Volkovia pudiese replicarlos. Vekta cumplía con su deber fotografiando absolutamente todo su interior y copiando los patrones de funcionamiento, pero incluso logrando conseguir un esquema perfecto de las naves dudaba que nadie pudiese ponerlas en marcha. Podrían crear réplicas, sí, y probablemente construirían una flota muy superior a la media volkoviana, pero jamás podrían reproducir a los "Dragones del Vórtex".

No mientras no tuviesen aquella chispa que les daba vida.

Por suerte, aquella no era su función. A Vekta le habían ordenado que obtuviese el máximo de información, y eso hacía. Horas atrás había pasado por el Archivo para realizar copias de los esquemas constructivos, por lo que la noche estaba siendo muy productiva. Con suerte, si lograba salir de la nave sin ser vista, hasta podría dormir unas cuantas horas antes del amanecer. Aunque siendo sinceros, no contaba con ello. La visita a la nave estaba siendo tan intensa que sus emociones estaban totalmente descontroladas.

Cuanto más conocía a los lameliards de la Academia Real de Vuelo, más distinta se sentía. A los pilotos que la rodeaban les movían unas motivaciones por las que Vekta sentía lástima. Envidia, miedo, vergüenza... para ellos era mucho más importante aparecer en el tablero entre los diez mejores pilotos que lo que estaba sucediendo más allá de los muros de la Academia. Poco les importaba el significado de formar parte de una de las Flotas de la Alianza. Ni se planteaban participar en una guerra, ni mucho menos jugarse la vida. Ellos simplemente pensaban en lo orgullosas que se sentirían sus familias al verlos con el uniforme y lo poderosos que serían a bordo de sus naves. Tenían que ser los mejores, y harían cualquier cosa con tal de conseguirlo.

Era repugnante.

Vekta intentaba controlar sus emociones, pero sentía desprecio por ellos. Ella no procedía de una familia acomodada, ni tampoco había vivido entre algodones. La vida de Vekta había estado marcada por la tragedia desde sus inicios, cuando siendo una niña de cinco años sus padres habían muerto durante uno de tantos ataques a su aldea. En el norte de Throndall era habitual el enfrentamiento entre clanes, pero en el oeste, donde ella había nacido, aún lo era más que grupos organizados de saqueadores y ladrones arrasaran con aldeas completas para robar sus pocas riquezas. Era ley de vida. Y aunque ella se había encontrado en las afueras cuando el ataque había sido perpetuado, sus padres no habían podido escapar. A partir de entonces, la vida de Vekta había cambiado por completo. La joven throndall había emigrado junto al resto de los supervivientes hacia el centro del país, a la ciudad de Kovannmeih, donde había ingresado en contra de su voluntad en uno de los centros de menores dirigidos por el líder local. Allí había gozado de un techo y una cama, además de tres comidas al día, pero también de malas compañías. Al igual que ella, los niños que la rodeaban eran víctimas de la muerte y la destrucción, y habían quedado marcados por el odio.

Un odio que no dudaban en volcar en los más pequeños.

Vekta creció siendo maltratada y humillada por los mayores, lo que provocó que su bestia interior despertase. Tardó en hacerlo diez años, pero para cuando lo hizo, tras haber sido violada y golpeada hasta acabar al borde de la muerte, no hubo quien pudiese frenarla. Vekta no solo acabó con la vida de sus dos agresores a cuchilladas, sino que se llevó por delante cuatro almas no demasiado inocentes más y prendió fuego a sus casas.

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