Capítulo 2 – Vekta, 1.831, Norte de Eolia, Lameliard
El día que creas tanto en ti misma como yo lo hago, Gea temblará.
Rezaba cuando tenía miedo. Le había prometido a su Reina que no lo volvería a hacer, que aplacaría sus temores con las técnicas de relajación que tanto había insistido en enseñarle, pero cuando el pánico teñía de oscuridad su corazón, Vekta rezaba.
Y aquella noche rezó. Rezó con todas sus fuerzas durante los pocos segundos antes de confirmar lo que llevaba horas sospechando: que la habían descubierto. Vekta vio las puertas correderas del estadio abrirse y a una única figura adentrarse en su interior. Una figura alta y esbelta vestida totalmente de blanco, con el uniforme de invierno de los cadetes de la Real Academia del Aire.
El suelo de goma de la pista de deportes crepitó bajo el peso de sus botas. Vekta lo vio avanzar en silencio, con el corazón martilleando con fuerza en su cerebro, y no se movió hasta que el recién llegado se detuvo ante ella, a tan solo diez metros de distancia.
En la mano derecha llevaba un cuchillo y en el rostro una expresión de furia.
—¡Tú! —exclamó. Alzó el arma para señalarla—. Sabía que mentías. ¡Lo sabía desde el principio! Te envía ella, ¿verdad?
—No sé de qué me hablas...
—¡De Valens! —gritó—. ¡Te envía Diana Valens!
—¿Diana Valens...?
Las palabras de Vekta fluyeron con tanto nerviosismo que apenas logró tartamudear el nombre. La joven throndall retrocedió un paso, sintiendo la mirada del cadete llena de odio fija en ella, y comprobó que la puerta del fondo siguiese abierta. Por suerte para ella, en los dos extremos del edificio había salidas.
Un rayo iluminó la noche al otro lado de los ventanales.
—Te he estado investigando: ¡no existe ninguna Mina Faede de la Federación Libre de Throndall! —El cadete dio un paso más al frente—. ¡Eres una impostora!
Era cierto, ni procedía de la Federación Libre de Throndall ni aquél era su nombre, pero no había forma alguna de que lo hubiese descubierto. No siempre y cuando fuese realmente un aprendiz de piloto cualquiera. El hecho de que hubiese necesitado tan solo dos semanas para descubrir su auténtica naturaleza evidenciaba que, al igual que ella, era un infiltrado. La gran pregunta era, ¿de quién?
Retrocedió un paso más, sintiendo el sudor perlarle la frente. Lo único que tenía a mano era el amuleto de huesos que utilizaba para rezar. Sus armas, una pequeña pistola dorada y un cuchillo curvo de mango de piedra blanca, se encontraban en su habitación, ocultas en lo más profundo de su mochila. Irónicamente, de las cuatro arpías que habían abandonado los dominios de la Reina a la vez, Vekta había creído que ella sería la que más tardaría en utilizarlas.
Pero se había equivocado, como de costumbre. Vekta siempre se equivocaba.
—¿No dices nada? ¿¡Ni tan siquiera te defiendes!? —insistió el cadete ante su silencio. Se adelantó un paso, obligándola a retroceder aún más, y blandió su cuchillo para dibujar un arco en el aire—. Esperaba más de una "arpía".
Ella también. Ella y la Reina, pero el nerviosismo no le dejaba pensar con claridad. Vekta veía al cadete y el peligro que comportaba, pero su mente tan solo era capaz de pensar en su arma. En el filo de su hoja... en la facilidad con la que podría cortar su garganta.
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Cantos de Sirena
FantastikJóvenes, solas y sin nada que perder, cuatro espías se enfrentarán a un mundo en pleno proceso de cambio en el que tan solo aquellos que no temen a la muerte pueden abrazar el éxito. En sus manos está sobrevivir y extender la gran Tela de Araña desd...