Legado hasta la última pelea
Legado hasta el último enemigo
Legado hasta la última hora
Legado hasta la última bala
Legado hasta el último aliento
Legado hasta la última Esperanza ⚜️
« Porque la fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada »
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Despertó llorando.
Había sentido una fuerte opresión en el pecho que le había sacado todo el aire de los pulmones. Aun era de noche y faltaban algunas horas para que amaneciera.
El sudor y las lágrimas se fusionaron en su rostro y la cálida brisa del verano hacía su mejor esfuerzo para secarle las mejillas, aunque la angustia y la desesperación de aquel sueño hizo que su corazón bombease más sangre y su temperatura aumentase.
Tragó saliva con dificultad y salió de la cama.
El suelo de madera se sentía frío bajo sus pies mientras que el resto de su cuerpo afrontaba el brusco cambio de temperatura.
Había sido una agradable noche de verano; se había dormido escuchando el rumor de la lluvia cayendo sobre el tejado y golpeando contra el cristal de balcón.
Salió de la habitación procurando ser precavida; sentía el rostro un poco más seco, pero sentía la rigidez de los restos de sudor en la frente. Sentía nauseas.
Se aproximó a la puerta que se hallaba más cercana a su habitación y entreabrió un poco más la abertura; en el interior había una tenue luz que iluminaba la habitación, pero sin llegar a ser molesta. Los niños dormían tranquilos.
Cerró la puerta del todo y continuó caminando hasta alcanzar las escaleras; desde lo alto podía ver la luz del porche encendida y la sombra de los bichos que volaban cerca del foco. Bajó pesadamente, bostezando. Había logrado calmar la ansiedad, pero aun tenía el recuerdo de aquel sueño rondando en su mente.
Llegó a la cocina dónde se sirvió un vaso de agua, sentándose alrededor de la mesa. El aire olía a vainilla y galletas, y aun se podía sentir el deje de calor que irradiaba el horno. Con Hayley habían estado horneando toda la tarde, y tanto la mesa como el mostrador rebosaban de bandejas de galletas y en el estante que se encontraba encima de la cocina se hallaba un plato con un bizcocho de dorada apariencia y crujiente cobertura.
Se sentó con las piernas a la altura del pecho y el vaso en una mano. Volvió a suspirar, echando la cabeza hacia atrás; sentía calor y cómo la ropa se le pegaba al cuerpo como una segunda piel.
No había logrado dormir en los últimos días. Había tenido aquel sueño de forma recurrente y las secuencias se repetían con la misma exactitud que la primera vez.
