Legado hasta la última pelea
Legado hasta el último enemigo
Legado hasta la última hora
Legado hasta la última bala
Legado hasta el último aliento
Legado hasta la última Esperanza ⚜️
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Se subió a una extensión suave de hierba, las hojas esponjosas colapsando bajo sus pies. Racimos de rosas rojas y violetas empujando hacia arriba desde el suelo, mientras que una cubierta gigante colgaba encima de ella, se abría y cerraba con linternas brillantes. En la terraza en frente de ella había dos fuentes curvas de mármol blanco que dispararon chorros de agua en el aire. Todo era hermoso, elegante, y algo familiar.
Sin embargo, cuando ella había estado aquí, en el pasado, el campo había estado lleno de risas, bailes y asistentes a la fiesta. Ellos habían desaparecido, aunque los signos de su presencia se mantenían: las mesas que estaban en los bordes del césped se encontraban llenas de vasos vacíos, un chal de seda estaba arrojado sobre una silla, un solo zapato de tacón estaba en el borde de una fuente.
Un susurro de movimiento provenía de detrás de ella, y se dio cuenta desde un principio que no estaba sola, después de todo. Una figura oscura estaba de repente allí, acercándose a ella.
Thalía.
Por supuesto que era ella, pensó con una sonrisa; había intentado soñar con ella muchísimas ocasiones, y cada una de ellas sin resultados. Aunque ahora...si alguien iba a aparecer inesperadamente detrás de ella aquí, en lo que parecía el fin del mundo, o por lo menos una hora después de que una buena fiesta había terminado, sería Thalía.
A medida que sus ojos se encontraron, ella estaba tan contenta de verla que casi no podía respirar. Se arrojó en sus brazos, juntándolos alrededor de su cuello, sintiendo la calidez de su cuerpo contra la suya
—Thalía —dijo con voz temblorosa por alguna razón. Su cuerpo temblaba también. Ella le acarició los brazos y los hombros, para calmarla.
—¿Qué pasa? No me digas que tienes miedo. —le sonrió perezosamente.
—Tengo miedo — afirmó.
—Pero, ¿de qué tienes miedo?
La dejó perpleja por un momento. Luego, lentamente, poniendo su mejilla contra la suya, dijo: —Me temo que esto es sólo un sueño.
—Te diré un secreto, —dijo ella al oído—. Tú y yo somos las únicas cosas reales aquí. Todo lo demás es el sueño.
—¿Sólo tú y yo? —repitió. Un persistente pensamiento la inquietaba, como si se estuviera olvidando de algo o alguien. Una mancha de ceniza cayó sobre su vestido, y ella se apartó distraídamente.
