Legado hasta la última pelea
Legado hasta el último enemigo
Legado hasta la última hora
Legado hasta la última bala
Legado hasta el último aliento
Legado hasta la última Esperanza ⚜️
«Un hombre de palabras, no de hechos, es como un jardín lleno de hierba.
Y cuando la hierba empieza a trepar, es como un ave encima de una pared.
Y una vez que el ave emprende vuelo, es como un águila en el cielo.
Y cuando el cielo empieza a rugir, es como un león a la puerta. Y cuando la puerta empieza a crujir... es como un palo contra tu espalda.
Y cuando tú espalda empieza a escocer, es como un cuchillo en tú corazón.
Y cuando tú corazón empieza a sangrar, estás muerto, muerto y muerto de hecho.»
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Luego de la patética fiesta y la muerte de Dominic, habían tenido que tomar muchos más recaudos con respecto a la protección de todos; Freya había logrado sellar la casa con un encantamiento que se ligaba directamente a su vida; por lo que mientras ella continuase respirando, la casa se mantendría a salvo. Y por suerte, era una bruja inmortal.
Aunque, en caso de emergencia, Ingrid había acudido de regreso a la ciudad para mantener tanto la integridad del hechizo como la de Freya cada dos horas.
― Esa no es precisamente una lectura bastante alentadora. ―
El encierro y el aburrimiento, había forzado a los niños a recorrer los más recónditos rincones de la casa, desempolvando viejas cajas y desenterrando recuerdos.
― Es un viejo libro de rimas, ― respondió Hope, sosteniendo el libro entre sus manos mientras le soplaba el polvo de la tapa; había encontrado un arcón que contenía soldaditos de plomo, y viejos juguetes. Aunque el libro le había llamado la atención; era una niña que disfrutaba leer, aunque no comprendiese del todo lo que estaba leyendo.
― Hay muchas cosas raras aquí, ― murmuró Wes, con un viejo y apolillado sombrero militar en la cabeza; tenía todo el rostro cubierto de polvo y hollín, sin mencionar que tenía telas de arañas enredadas en el cabello.
Klaus miró de soslayo a Thalía, quién contemplaba por la ventanilla del ático. No le había quitado la vista de encima a la calle desde hacía un buen rato, preocupándose por como Elijah y Freya se las estarían apañando afuera.
― Saben, ― dijo Klaus, tomando a Wes del suelo y removiéndole el sombrero, ― preferiría que no jueguen aquí, de hecho. Hay muchas astillas, polvo y... murciélagos. ― sus dedos cosquillearon el abdomen de su hijo, haciéndolo reír.
