Legado hasta la última pelea
Legado hasta el último enemigo
Legado hasta la última hora
Legado hasta la última bala
Legado hasta el último aliento
Legado hasta la última Esperanza ⚜️
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VIVIANNE LESCHERES nunca le temió a la oscuridad.
La noche cayó sobre ella, como una cálida capa alrededor de sus hombros. La Luna llena bañaba la arboleda con tonalidades negras y grises, mientras ella caminaba, deslizándose entre los matorrales bajo el amparo de las estrellas.
A esa hora, sus padres confiaban en que estuviese durmiendo, tal y cómo la habían dejado, en la habitación que compartía con sus hermanos pequeños. Pero había tenido un sueño, que le había interrumpido su descanso y la había hecho levantar de su cama y escabullirse fuera de casa.
Era una inexplicable sensación de tener que ir a un lugar en concreto.
Nunca antes se había alejado tanto de la manada, ni siquiera en compañía de sus padres. Pero allí estaba, valientemente adentrándose en lo más profundo del bosque, con los pies marcando un ritmo seguro, mientras sus latidos se mantenían estables, incluso para una niña de diez años.
En la oscuridad, se sentía libre.
Era hija de la noche, como su madre, y había adquirido de nacimiento la capacidad de practicar magia como su padre; era una Crescent, y un nexo entre ambos clanes. Su madre solía decirle que era mucho más fuerte que cualquier otro lobo; y Vivianne no le temía a nada. Los terrores de New Orleans no lograban perturbarla como al resto.
Sin embargo, esa noche, había sucedido algo que había logrado asustarla.
Era casi medianoche y la parte más salvaje del pantano le daba la bienvenida con un silencio abrumador. Vivianne podía oler el aroma a muerte flotando hacia su nariz; el susurro de los Ancestros aun resonaba en sus oídos, acompañado con el murmullo del río circundante a su lado.
Disminuyó lentamente su andar, a medida que se iba acercando. Sus ojos ambarinos escaneaban a su alrededor. La noche no podía mantenerle secretos por mucho tiempo.
Y aquella noche, un abanico de misterios se desplegaban frente a ella.
Desde que tenía memoria, su madre solía repetirle una y otra vez que en los último siete años, todo había estado en una relativa paz. Las facciones cooperaban unas con las otras, y los delitos sobrenaturales habían disminuido.
Pero ahora, podía sentir el mal. El agua le sabía a sangre y las flores del jardín morían devoradas por una oscuridad devastadora.
Al llegar al pequeño muelle, se montó en una pequeña y raída balsa y comenzó a remar por las calmas aguas en dirección al islote. En su centro, había una gran y derruida cabaña. Veía luces y sombras que se movían alrededor.
