Él

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Diego.

Verla dormir era tan emocionante, sentía cada centímetro de mi piel erizarse. Era consciente de que después de lo que acaba de pasar las cosas van a cambiar, pero la necesitaba tanto, necesitaba sentirla, volver a ser suyo. La mañana siguiente fue complicada, despertados enredados en las sábanas escuchando el llanto de Vega, al verla solo pude sonreír, pero ella simplemente se levantó y fue a por Vega. Me quedé paralizado, no sabía que hacer. Hasta que desperté y me di cuenta que había muchas cosas que solucionar antes de llegar a ser aquella familia idílica, había tantas cosas que solucionar que dudaba que siquiera pudiésemos ser amigos.
Me levanté de la cama y fui hasta la habitación de mi pequeña, la tenía entre sus brazos, le daba el pecho, aquella imagen era un gran tesoro lo quería guardar en mi mente como mi bien más preciado.

- Vega...

- Déjame cambiar a Vega y darle de comer y desayunamos. Pon la cafetera, descafeinado por favor. - Me sonrío y mi día nublado empezó a esclarecerse con aquella expresión. 

Al rato salió de la habitación con nuestra bebé en brazos, estaba radiante, aquello era lo que más anhelaba y deseaba, despertar con ellas todas las mañanas. Que Rubén estuviese con nosotras, que por fin pudiese vivir mi vida como quería.

- Ten, nena. - Le di la taza de café.

- Gracias. - Se quedó mirándome.- ¿Qué pasa?- Dijo entre risas. Creí estar soñando.

- Nada, nena, que me hace feliz.

- Diego, tenemos que hablar...

- Lo sé. Déjame disfrutar de la mañana contigo, déjame soñar un poco más, nena.

- Solo quiero que seas consciente de la realidad.

- Créeme, lo sé.

- Necesito que todo esté bien. Necesitamos que todo estar bien para poder seguir y creo que ahora no es el momento de hacerlos juntos.

- Lo sé, nena. Y no sabes lo que me duele no poder estar con vosotras y haceros felices.

- Mírame. Me has dado el regalo más grande, me has echo infinitamente feliz. Quédate con eso, ¿vale?- Asentí intentando caer sus palabras pero sabiendo que la necesitaba completamente para ser feliz.

Los días pasaron y mi mundo se volvía un poca más oscuro, ella, su recuerdo me perseguía, estaba abstraído, en los únicos momentos que era feliz era cuando estaba con mi pequeña, era mi nexo de conexión con mi vida anhelada. Aquella noche conseguí cambiar mi turno, quería cenar con ellas y ver una película, sentirme en casa, olvidar todo lo que había pasado durante estos días. Así que la llamé por teléfono.

- Dime Diego. - Me respondió. - Estás en manos libre, voy con Lu y con la beba.

- ¿Cómo está mi princesa?

- Se acaba de quedar dormida como un tronco.- Escuché la voz de Lucía al otro lado de la línea.

- Hola Lu. Solo llamaba para decirte que me han cambiado el turno, y quería saber si ibas a estar en casa para cenar con vosotras pero creo que tienes otro planes.

- Vamos a casa de Leire y Victor a cenar. Vente, sabes que no hay problema.

- No quiero molestar. - Debía empezar a pensar en que ella tenía su vida y no siempre iba a estar para mí.

- Diego, sabes que no molestas, además a Victor le gustará verte.

- A tu hermano le gustará un poco menos.

- No es su problema. Vamos de camino, sabes que da igual pedir comida para 5 que para seis. Venga dúchate y vente. Te esperamos, un beso.
Vale nena. Ahora nos vemos. - Colgué el teléfono antes de qué se arrepintiese.

Lolitas: LyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora