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Un mes. Un mes paso desde el accidente de Zach. Ya le habían quitado el yeso, lo cual fue un gran avance, ahora podía moverse con un poco mas de libertad sin preocuparse demasiado, aunque la orden del doctor fue clara "no moverse excesivamente" pero para Zach fue solo un murmullo inaudible mientras salía de la consulta.

—Vamos por un café, debo irme a la oficina en una hora más, y tú debes descansar... —dijo su madre mientras llamaban un taxi.

Su madre lo había acompañado esta vez, y a Zach ya se le había esfumado la sensación de soledad hace unos días.

Al llegar a la cafetería, se sentaron y el mesero tomo sus órdenes, dos expresos y dos croissants con miel. Zach estaba algo callado, no había dicho nada desde que habían salido de la consulta. Y su madre sabía por qué. Hace dos días que la había escuchado discutir con su padre por celular.

—Pensé que ya estabas grande para que estas cosas te afectaran.

—No me afecta el que se peleen, con poco cuidado me tiene eso. —respondió este sacándose su chaqueta y dejándola en el respaldo de su silla.

—¿Entonces?

—La ultima vez que se pelearon fue antes de cambiarnos de ciudad, y acabamos de llegar, no quisiera repetir la historia.

—No nos cambiaremos. —la voz de su madre era relajada y con un aire cálido.

—Eso espero.

—¿Y porque te preocupa? La última vez estuviste bien con la decisión.

—Las circunstancias eran distintas.

—SI ya lo recuerdo, estabas escapando...

—No empieces.

El mesero llegó y su madre no tardó en tomar un sorbo de café.

—Zach... —dijo con tono suave. —¿Cuándo fue la última vez que me contaste algo de tu vida?

—Pues te conté sobre el imbécil de mi vecino ¿no? —respondió este riéndose haciendo que su madre riera también.

Si, efectivamente Zach le había dicho a su madre que era con su vecino con el cual tenía esa guerra que había terminado en solo unos días, pero solo lo había comentado, sin detalles y sin información extra de como eso lo afectaba. Era un joven de veintidós años, no creía que eso fuera relevante y si crees querido lector que Zach es el típico chico que no quiere hablar de sus problemas con sus padres, estas equivocado. A Zach le encantaría hacerlo, pero le es difícil, nunca ha pedido ayuda, y nunca nadie se la ha dado por lo mismo. Y su soledad; aquel día que converso con Aarón, era el reflejo de eso, era la consecuencia de darse cuenta que alguien lo había ayudado sin el haberlo pedido. Aarón había ayudado a Zach sin esperar nada a cambio y sin que lo hubieran llamado, y eso desconcertaba a Zach.

—¿Recuerdas cuando eras niño y fuimos a New York a pasar navidad con tu padre ya que él no podría venir a Chile?

—Si. —respondió dando un mordisco a su croissant.

—¿Recuerdas lo que mas te llamo la atención aparte de la nieve en navidad?

—El Empire State... —él sonrió al recordarlo.

—¿Y por qué?

—Porque no me explicaba como algo tan alto se mantenía de pie sin siquiera tambalearse.

—¿Y que te dijo tu padre?

Zachary tenía siete años, y cuando bajaron del avión el día veinticuatro de diciembre, los ojos del pequeño pelirrojo se abrieron de la sorpresa. Si, efectivamente estaba nevando, igual que las películas que veía en casa en víspera de navidad, ahora veía atraves de los ventanales gigantes del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy como los copos de nieve se posaban suavemente, sobre todo. Con su madre tomaron un taxi hasta la Quinta Avenida con West 34th Street donde su padre los estaba esperando. Al abajarse vieron al hombre con un par de regalos en la mano, pero cuando Zach se bajó del vehículo, no fue eso lo primer que llamó su atención, si no la enorme torre de la acera de al frente.

—Wow... —dijo completamente atraído por aquella estructura. —Papá, es gigante...

—Asi es... —dijo su padre tomándolo de una mano y comenzando a caminar hacia un restaurant que estaba cerca mientras Zach seguía sin quitarle los ojos al rascacielos.

Su padre al darse cuenta de la fascinación del pequeño, se detuvo y lo tomó en brazos.

—¿Te preguntas como se mantiene de pie?

Zach asintió energéticamente.

—Pues los edificios son como las personas... —dijo su padre.

—...sin buenos cimientos nos vamos a la mierda. —agregó Zach mientras volvía a tomar un sorbo de café y mordía su croissant.

—Los edificios son como las personas, sin buenos cimientos no se mantienen de pie por mucho tiempo. —corrigió su madre.

—No entiendo a donde vas con todo esto... —respondió Zach.

—A que creo que te hemos dado buenos cimientos, pero no veo que estés subiendo como un rascacielos. —respondió su madre mirándolo a los ojos.

Veintidós años y Zach no parecía crecer, parecía estar en una rueda, y cometía los mismos errores una y otra vez, era un ciclo en el que era él cometiendo errores, y evitando remediarlos. Eso sucedió con su ultimo novio de hace mas de un año. Terminaron porque aquel chico quería que fueran exclusivos, cosa que habían estado haciendo, pero para Zach no era suficiente. La pertenencia no era lo suyo, y en vez de buscar una solución a ello decidió terminar y huir de encontrar una solución. Tenía veintidós años, era joven, cometía errores, pero su madre había cometido errores también a esa edad, y no quería que su hijo sufriera del pesar de repetirlos.

—Este sábado celebrare mi cumpleaños. Estás invitado por supuesto, y podrías traerme un regalo (emoticón de champagne)

Un mensaje de Aarón, que hizo que por inercia Zach sonriera y su madre lo notara.

—El día que quieras hablar, yo estaré acá. —agregó ella pidiendo la cuenta.

Zach escuchó eso ultimo como un eco, y ambos se levantaron y salieron del local, se despidieron con un abrazo y Zach tomó rumbo hacia su casa y su madre hacia su oficina.

De la A a la Z leería tus grietas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora