Parte 1. The Patient

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La línea entre un justo y un pecador es muy delgada. Una sola acción, cometida durante el intervalo corto que dura una vida humana, define el lugar al que irás después de morir.

Mi nombre es Monique. Fui criada dentro de una familia que se desintegró antes de mi adolescencia. Haciendo toda suerte de buenas y malas decisiones, mi vida tomó un rumbo fijo a partir de los 25 años, cuando terminé la universidad y comencé a trabajar.

Ser médico es una profesión difícil, requiere casi todo tu tiempo. Durante mis años de trabajo, atendí a sin fin de pacientes, de todos los niveles, y con todas las enfermedades. Es una vida triste, ya que convives con personas que sufren, y cada historia toca tu vida de alguna manera u otra. La primera vez que ayudé a una mujer a terminar un embarazo, sentí una punzada de preocupación por mi alma, la cual me duró poco, ya que en vida no profesé religión alguna. Nunca me dedique de lleno a eso, mi practica médica continuó y eventualmente practicaba algún aborto.

Siempre había una historia trágica detrás, las mujeres que abortan nunca lo hacían por gusto, eso me quedaba claro.

Más adelante me casé y tuve dos hijos, mi esposo y yo nos hicimos viejos juntos. Nunca tuve vicios ni malos comportamientos. Aún así, no me sorprendí cuando, después de una larga agonía rodeada de mis familiares, me encontré en el infierno.

Con el aspecto de una jovencita delgada y atractiva, como lo fui en mis buenos años, exploré el infierno y mis nuevas habilidades. Mi favorita era la de reparar órganos y tejidos con solo tocar un cuerpo. No podía regresar a alguien a la vida, pero podía arreglar un hueso roto y cerrar una herida en un segundo. No fue una sorpresa para nadie, cuando tomé un trabajo en una clínica cercana, haciendo renombre poco a poco hasta terminar trabajando en el hospital más grande de la Ciudad Pentagrama.

En esta ciudad, no hay enfermedades contagiosas, no hay tumores, no hay infartos ni padecimientos raros o crónicos que tratar. Todos los pacientes que llegan a la sala de urgencias, son víctimas de la violencia o de accidentes.

Me encantaba mi trabajo, era emocionante. Siempre me sentí segura y útil. La mayoría de médicos que terminaban en el infierno, tenían una historia parecida a la mía. Así que era un buen ambiente, todos eran agradables y comprometidos en su trabajo. Aún así, notaba cierto desdén en ellos, por la vida. Difícilmente se aferraban a salvar una vida cuando se trataba de algo que requeriría cuidados intensivos.

En esa semana, habíamos tenido mucho trabajo. Durante una redada en uno de los barrios del distrito de la pornografía, se había desatado un enfrentamiento armado, y los heridos llegaban por oleadas. Perdimos a muchas personas ahí. Estaba agotada. Tomando un poco de café de mi termo favorito. Cuando la voz del conmutador sonó en todo el hospital, avisando que había un incendio en un edificio de departamentos cercano. Con muchos heridos, la mayoría con quemaduras.

Me recogí el cabello, que era muy largo. Mis compañeros llegaron conmigo al área de choque, donde pasarían a los más graves.

El sonido de las ambulancias se acercaba. Al abrirse a puerta, una de mis compañeras, Millie, no pudo evitar dejar salir un "Oh Mierda"

Sobre el carro camilla, se encontraba un paciente con un aspecto terrible. Se trataba de un hombre alto, con cabello rojo y astas de venado, que tenía casi la mitad del cuerpo con quemaduras graves. Mis compañeros, conociendo mis habilidades, lo dejaron en mis manos, y acomodé al paciente, en una de las camas de la sala. Le coloqué oxígeno y una dosis de morfina y coloqué mis manos sobre él, las quemaduras comenzaron a sanar dejando ver una piel grisácea, su cuerpo no era musculoso, pero tenía todo donde lo tenía que tener. Sacudí mi cabeza para pensar en otra cosa, esto era inusual en mí.

Me tomó aproximadamente 45 segundos, asegurarme de que no tenía alguna otra lesión, lo dejé en manos del resto del equipo, para que retiraran la ropa quemada, que parecía haber sido un traje rojo formal a la antigua usanza. Estaría bien, solo debía permanecer con oxígeno por un rato.

Durante dos horas, atendimos a un par de docenas de pacientes. Para cuando terminamos, estaba despeinada, y quería descansar un poco. Mis compañeros, también cansados, salieron al estacionamiento a fumar unos minutos. Me invitaron a acompañarlos, pero nunca me gustó el olor ni el sabor del tabaco. Me acerqué a la mesita donde había dejado mi tarro de café y tomé un sorbo. Estaba frío.

Decidí checar los signos vitales de mis pacientes que seguían en la sala. 

Cuando fue turno de mi paciente de las quemaduras, di un salto hacia atrás. Esos ojos carmesíes los había visto mil veces en las noticias y en las fotografías en el diario. Era el Demonio de la Radio.

Me observaba. Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. De inmediato dejé mi tarro de café y me acerqué a él. Tenía un poco inflamadas las cuerdas vocales, así que coloqué mi mano sobre su cuello. El cerró los ojos, disfrutando de la sensación placentera que provocaba la curación por ese medio.

Una vez terminé, le sonreí y me dispuse a tomar de nuevo mi tarro de café. Cuando una voz profunda y llena de estática, me detuvo, haciéndome voltear.

- Mi bella dama, tiene usted un talento especial, le agradezco los cuidados. - Se incorporó, retirándose la mascarilla de oxígeno y tomó mi mano entre las suyas, depositando un beso suave sobre ella. No podía moverme, me había perdido en esos ojos rojos. Estaba por acercarme más, cuando se escuchó mucho movimiento afuera. Pasaron a un hombre con una herida de bala en el pecho, que sangraba profusamente.

En seguida olvidé esos ojos carmesíes y me lancé a hacer compresión sobre la herida, el daño era mucho, ordené de inmediato que le pasaran sangre, cuando cayó en paro. Activé el código, y en seguida muchas personas acudieron en mi ayuda. Comencé las compresiones en su tórax, y a dar órdenes verbales a las personas a mi alrededor. Con el rabillo del ojo noté que el Demonio de la Radio me observaba. Una vez tuvimos pulso, extendí mis manos sobre el pecho del paciente utilizando mi poder. En seguida localicé la herida y pude parar el sangrado interno, solo duraría unos minutos y había que sacar la bala de su cuerpo, pero el paciente estaba estable. Por fin pude separarme de él, mientras lo llevaban a cirugía. Me quedé sola nuevamente. El Demonio de la Radio no me había perdido de vista.

Se había sentado y sonreía como un maníaco. Había escuchado muchas historias sobre él, y había leído sobre el en revistas y páginas web. Era un asesino profesional y practicaba el canibalismo. No entendía cómo había terminado en esta situación, si se trataba de un profesional.

Me acerqué por mi termo del café, cuando noté que estaba cubierta de sangre de pies a cabeza. El Demonio de la Radio, me observaba. 



Notas: 

XD no se a donde va a llegar esta historia, ni espero que les guste a todos. Pero gracias por leer hasta aquí. 

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TremblingWhere stories live. Discover now