El aire en ciudad pentagrama, siempre me recordó al de las grandes metrópolis en el mundo de los vivos. Cálido, empalagoso y pesado.
"Como el de Marte, en ese libro de Ray Bradbury" me había dicho Alastor, unas semanas atrás.
En ese momento, me reí ante la idea, y recuerdo haberlo abrazado y llenado de besos, pues nunca había dejado de leer un libro que yo le recomendaba.
Pero ahora, a bordo del jaguar y con ese aire dándome en la cara, no pude negar que era cierto.
No tenía idea de a donde íbamos. Por que mis ojos estaban cubiertos con una venda. Me reía nerviosa, e intentaba sacarle a Alastor, una explicación para haberme interceptado de regreso a casa, saliendo del hospital.
No podía verlo, pero si escucharlo.
Tarareaba una canción de Phoenix, pero no alcanzaba a distinguir cual, ya que la estática de su voz, alteraba el sonido.
Noté que redujo la velocidad y viró, apagando el motor.
- Espera aquí, preciosa. – dijo sin poder ocultar la emoción en su voz.
Para ese momento, mi estómago saltaba de nervios.
Pensé en las últimas semanas. El rumbo que llevaban las cosas y nuestro día a día, que de alguna forma había encajado sin darnos un solo disgusto.
Cada mañana, alrededor de las 4:30, abría los ojos y pasaba 30 minutos observándolo mientras dormía.
Después me levantaba a bañarme, arreglarme y preparar desayuno. Casi siempre algo sencillo y nutritivo.
Desayunaba sola y dejaba la porción de Alastor en la plancha de granito. Después salía y caminaba las diez cuadras que me separaban del hospital. Ahí, trabajaba un turno de ocho horas, en el área de pacientes críticos. Y al llegar a casa en la tarde, la nota de Alastor y una porción de algún guiso delicioso, me esperaban.
Lo comía despacio mientras leía y releía la nota, repleta de palabras dulces, mientras caía profundamente dormida en el sofá.
Alastor aún trabajaba como asesino a sueldo. No tenía un horario fijo. En ocasiones, al volver del hospital, estaba ahí, o llegaba hasta muy tarde. O no llegaba en días. Nunca hablábamos de su trabajo.
Solía pasar las mañanas pensando en la manera en la que nuestra relación funcionaba. Siendo dos extremos de un mismo cordel, la vida y la muerte.
La idea me hacía sentir incómoda, ante la obvia conducta hipócrita que estaba tomando para conmigo.
Le daba muchas vueltas, y cuando estaba a punto de caer en el abismo de la incertidumbre, Alastor pasaba su tarjeta en la cerradura y entraba al departamento envuelto en música de jazz que brotaba de su cuerpo.
Toda la basura mental se esfumaba al sentir sus manos en mis hombros, y un "Querida, estoy en casa" dicho en mi oído en un susurro.
Era suficiente para hacer a cualquier mujer, derretirse. Y yo no era la excepción. Acto seguido, me levantaba y sosteniéndome de la cintura, bailábamos una pieza, en el espacio entre el sofá y la barra de la cocina. Mientras sus fantásticos ojos rojos, me tenían absorta.
A partir de este punto, dependiendo del día, la hora y el estado de ánimo de ambos, podíamos cenar juntos y dormir, salir al SingBaby con los chicos, o devorarnos el uno al otro, hasta caer exhaustos.
Era una vida perfecta, si sacábamos de la ecuación, mi insistente moralidad y mi sentido del deber.
Fue así como, ocho semanas después de la propuesta en el SingBaby, me encontré vendada de los ojos cruzando la ciudad a bordo del Jaguar, con Alastor sosteniendo mi mano.
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Trembling
RomansHola. Lo que comenzó como un proyecto loco de un AlastorXYou, es ahora una precuela e historia paralela a Oh My Alpha, narrada en primera persona, que contiene explicaciones a muchas de las cosas que pasaron o pasarán en la historia principal. La t...