Capítulo 7: Astoria Greengrass

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Aún recordaba ese día en el que su odio hacia una persona a la que no conocía era el más grande del que alguna vez había sentido. Astoria Greengrass era esa persona. Una adorable pelinegra de ojos verdes que no hacía más que sonreír amablemente a todos con los que cruzaba palabra, especialmente con Draco Malfoy. Pude notar la admiración que tenía por ella cuando una vez más no me contuve a ver a través de sus ojos grises. Todo lo había sacado de allí pues no tuve otra opción cuando un día Draco llegó a nuestro lugar de siempre con un ánimo por demás deprimente. Cuando eso pasaba, era sabido que no hablaría aún si lo torturase con Cruciatus, por lo que indagué por mi propia cuenta y sin su consentimiento.

Me arrepentí de ello al instante. Draco había prometido casarse con Astoria Greengrass, o al menos eso había acordado con Daphne Greengrass en una charla casual en uno de los pasillos del colegio. Lo último que sabía en relación con eso, era que Draco había roto ese compromiso que se había pactado antes de la guerra. Sin la presencia de Lucius y su madre inválida, Draco tenía todo el control sobre el asunto. No era un arreglo cerrado oficialmente, por eso se tomó la libertad de liberar a Astoria de la atenuante tarea de vivir a su lado teniendo la fama que tenía por ser tachado como mortifagos. Todas las partes estuvieron de acuerdo en ese momento, pero lo que las hijas Greengrass no habían tenido en cuenta, era que su padre las obligaría a casarse con la persona que él eligiese para ellas y no tenían chance alguna de replicar.

Desesperada, Daphne Greengrass recurrió al único que podía ayudar a su pequeña hermana dos años menor que también asistía a Hogwarts y era una orgullosa Slytherin como no podía ser de otra manera. El señor Greengrass amenazaba a la menor de sus hijas a comprometerla con un mago bastante mayor que tenía la fortuna necesaria para que se pensara en una alianza matrimonial. Eso tenía a la pelinegra en una devastadora depresión. Solo Draco Malfoy tenía un capital más atractivo ante los ojos del patriarca para que pudiese reconsiderar el cambio de prometido.

Draco había aceptado sin mucho pensarlo y eso era lo que más dolía. Se estaba sacrificando para salvarla y tenía sus buenas razones. Los Greengrass le proveían a Narcisa Malfoy las pociones que necesitaba para su tratamiento. No lo hacía por miedo a que se las quitaran, sino que había sido Astoria la que le había ofrecido el conocimiento de la poción por la que su madre aún estaba viva, estaba pagando su deuda con ella, al menos ese era el pensamiento que tenía Draco en ese momento. Sentado a mi lado como siempre, mirando hacia el lago con la mirada perdida, buscando silenciosamente mi aprobación. ¿Quién era yo para negársela? La persona que él amaba, la persona que lo ama. La persona incapaz de verlo sufrir por la única esperanza que le quedaba, no pondría en riesgo la viva de Narcisa Malfoy.

- Sea lo que sea estarás bien, Draco – le dije dándole ligeras palmaditas en su espalda – Estaré contigo – agregué en un intento de consolarme a mí mismo también.

Aun así, nunca me lo confesó hasta un par de años después, en una de las tantas salidas a las que me invitaba junto a la menor de las Greengrass para que me diera el gusto de conocerla. No podía negar nada, era encantadora en todos los aspectos, tierna y se preocupaba por Draco tanto como me hubiese gustado hacerlo por él. Eran grandes amigos, tenían afinidad y se querían mucho, eso era claro, pero no se amaban. La mirada de Draco era casi un pedido de auxilio cuando se cruzaba con la mía, pero no podía hacerlo desistir. Ahora más que nunca los Greengrass habían puesto su laboratorio privado a la entera disposición de Draco para salvar a su madre por pedido de Astoria. Draco mismo supervisaba y experimentaba con las pociones los días en que me desaparecía a causa de las misiones. Se veía tan ilusionado cada vez que me buscaba ante mi llegada para una cena en alguno de los restaurantes muggle, a los que me llevaba, consintiéndome, para evitar las miradas y comentarios que se volvían siempre una molestia irritante. Algunas veces tuve que rechazarlo porque llegaba tan molesto por los contratiempos que otros provocaban en el ministerio, que no me sentía capaz de seguir con la farsa de su matrimonio.

Donante de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora