Capítulo 19: Malcriados

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Por más que los años pasaban, los prejuicios seguían vigentes, pero era algo que se sabía que no iban a desaparecer. Aun así, con Draco disfrutábamos del mundo mágico lo más que podíamos, pero mucho más del mundo muggle del cual se quedaba fascinado por más que intentase disimularlo. Peor era si Remus nos acompañaba, porque saber que era su sobrino legítimo le hacía sentirlo como el único familiar que le quedaba, a pesar de tener a Andrómeda, que por cuestiones que involucraban a su madre, decidió nunca presentarse con ella por temor a que me alejara de él sabiendo su pasado.

Claro que todo eso estaba en sus pensamientos, y sí, no podía evitar usar la legeremancia, pero es que era muy difícil saber lo que pensaba en realidad, o tal vez no tanto ya que lo conocía, pero no quería arruinarlo, Draco podía ser muy odioso y rencoroso. Otra razón por la que siempre tenía que aguantar la risa al verlo emocionarse con algo, u obsesionarse.

- ¡Auch! – escuché gruñir Draco luego de haber escuchado un golpe seco, seguido de muchas carcajadas.

- ¡Te dije que ni una queja al respecto! – le advierto sin poder reírme.

Hoy tocaba una visita a la feria que se orquestaba en Cressex Business Park en el distrito de High Wycombe, yo mismo había estado aquí mismo rastreando a unos mercenarios hace dos días. Y ahora mismo, nos encontrábamos en una de sus atracciones, específicamente en la sala de los espejos.

La idea principal es salir del laberinto en donde las paredes son justamente espejos, con lo que Draco no contaba, era con que el lugar estaría en penumbras y que cada tanto se aparecían monstruos dándote el susto de tu vida. O esa era la intensión, porque las carcajadas que Remus, de tan solo tres años, soltaba cada vez que se aparecía uno frente a él era tan contagiosa que hasta Draco se reía aun estando por su cuenta al otro lado del laberinto.

Como para todo, Draco apostaba que sería el primero en encontrar la salida y el premio era un simple copo de algodón de azúcar, pero él estaba empecinado en ganar. Por lo tanto, él entró por su cuenta y yo era arrastrado por Remus quien había sido el autor de la apuesta. Aunque sospecho que el ánimo de Draco se debía al segundo premio de la apuesta, que consistía en un "beso de papi", es decir yo. ¿Cómo llegaron a eso? Muy fácil de explicar.

- "Lo siento, pero es el último algodón de azúcar que me queda" – me dice el vendedor, preocupado al ver las miradas entre Draco y Remus mientras intentaban decidir quién se lo quedaba. Por mi parte terminé pagándole para que siguiera con su camino el pobre hombre.

- "Es mío" – exclaman ambos al mismo tiempo.

- "¡Tú tienes dinero para comprar más!" – dice Remus cruzándose de brazos ofuscado.

- "Si, pero a ti te trae tu papi siempre" – cuestiona Draco imitando su voz. Remus se queda pensando unos segundos, me mira de soslayo y comienza a llorar de pronto al darse cuenta de que era verdad, frustrado por no tener su algodón de azúcar.

- "Draco..." – le advierto al subir en mis brazos a Remus para consolarlo.

- "Bien. Quédatelo, yo me quedo con los besos de papi. ¿Verdad papi?" – dice malicioso mientras pasa su brazo por sobre mi hombro sin dejar de hostigar a Remus con su mirada que había dejado llorar, y ahora desviaba la mirada desde el algodón de azúcar hacia mí y viceversa.

- "¡No! ¡Papi es mío! ¡Y los besos de papi son míos!" – dice aferrándose a mi cuello casi asfixiándome.

- "Ya dale el algodón de azúcar, Draco" – insisto al ver que Remus iba a llorar de nuevo al ver que el platinado iba a comer un trozo del algodón.

Donante de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora