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Si había algo peor que la guerra me hubiese dejado, eso eran las pesadillas, aunque siempre las había tenido. Pero ahora me quitaban el sueño muy fácilmente. Haciendo uso de mi mapa, me dedicaba a vagabundear por todo el colegio. A las pocas semanas ya me había aburrido y conocido escondites, cada uno de los rincones que el mapa se animaba a mostrar, pero estando solo no tenía ninguna gracia disfrutarlos. Fue hasta entonces que me atreví a visitar los alrededores del bosque, siendo finalmente encontrado por Hagrid, de una manera no muy amistosa.
Hagrid, no teniendo más remedio, me dejó acompañarlo cada vez que lo necesitase en sus paseos por el bosque prohibido. Era gratificante y relajante, terminaba tan exhausto que ni tiempo para pesadillas o sueños tenía cuando me regresaba a dormir. Y todo mejoraba cuando logré que Draco me acompañara algunas noches. Él sufría lo mismo que yo, aunque no en la misma medida.
Solo bastó una noche para que quedara fascinado con cada criatura que veíamos, aunque el miedo se le fue en muchas visitas más. Hagrid siempre acompañándonos a la distancia, aunque no se contenía de contarnos cualquiera de sus historias que vivía allí.
- ¡No te muevas! – exclamó Draco en un susurro mientras se escondía detrás de un árbol sigilosamente.
No comprendí lo que sucedía, pero no me moví bajo su orden. Siguiéndole la dirección hacia la que Draco observaba, se encontraba un unicornio enorme con una de sus crías. Contuve la risa al ver la cara de fascinación del platinado mientras intentaba acercarse a las criaturas, escondiéndose árbol tras árbol, mirando donde pisaba para no hacer mucho ruido y espantarlos. Yo en cambio, estaba a campo abierto en medio de una arboleda. Cualquier movimiento que hiciese seria fácilmente captado por el potro blanco perlado, así que obedecí observando la escena.
Ya había visto otros unicornios noches pasadas, por lo que mi atención estaba en Draco. Para ese tiempo ya habían pasado tantas noches en vela que Draco se sabía todos los trucos del bosque para pasar inadvertido. Era divertido verlo escabulléndose y arrastrándose por la tierra. Tuve que voltear la mirada a otro lado para evitar soltar una carcajada, y fue cuando me di cuenta de donde estaba parado. Era fácil reconocerlo, no porque haya estado viniendo al lugar, sino porque el lugar me visitaba en mis pesadillas.
Mire de soslayo a mi alrededor, olvidándome de lo que había estado haciendo y de la razón de estar ahí. Una vez confirmé que no había peligro alguno asechando, más que Draco con ese unicornio, bajé al fin la mirada a la tierra seca bajo mis pies. Ahí estaba, "esa piedra". La piedra de la resurrección estaba a unos centímetros de mi pie izquierdo.
Llevaba días pensándolo, en buscarla sin decirle a nadie. Parecía irreal, una señal muy obvia. La piedra había quedado en el olvido de mis amigos, pero no para mí. Me planteé mil veces que quizás tenerla no era tan mala idea. La usaría para ayudar a los que lo necesitaban, Molly era mi objetivo. Teddy también lo necesitaría algún día, yo mismo había sido testigo de lo que era vivir en la incertidumbre de no conocer a mis padres, y ahora él era mi responsabilidad, lo más cercano a mi sangre, al igual que Andrómeda.
Sin pensarlo más, me agaché de prisa y recogí la piedra para guardarla en el monedero de piel de Moke que Hagrid me había regalado años atrás. Allí estaría protegida y solo yo sería capaz de sacarla, al igual que con todos los recuerdos valiosos que guardaba dentro.
- ¡Oye! ¡Te dije que te quedaras quieto, Harry! – escucho de pronto rezongar a Draco mientras se limpiaba la tierra de su túnica mientras se me acercaba. Caí en cuenta entonces que el unicornio se alejaba al trote hacia el otro extremo del bosque, no era difícil de ver al contrastarse con la oscuridad de este.
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Donante de Amor
FanfictionOtra vez, Harry Potter está dispuesto a demostrar que el amor puede vencerlo todo, o también reconstruirlo todo. Pero, esta vez, el sacrificio corre por su cuenta, y no habrá nadie que se lo impida. Mucho menos si es para ayudarlo a él. Al dueño de...