Una cosa era decidir jugar al mismo juego que Gianna, es decir, al juego de los Rossetti y otra cosa era conseguirlo.
Eso fue lo que pensó Zayn media hora después, cuando Gianna salió del baño.
Parecía otra mujer.
Tenía el pelo mojado y perfectamente cepillado y, por supuesto, no llevaba maquillaje. Se había envuelto en el albornoz de su hermano.
Parecía una niña pequeña y perdida.
Sólo cuando Zayn la miró a la cara y vio en sus ojos una mirada turbia y una boca que no sonreía reconoció a las otras Gianna.
Lo estaba mirando desafiante, con las mandíbulas apretadas. Parecía que estaba nerviosa, como si no quisiera que se notara que estaba incómoda.
Entonces, Zayn recordó que era virgen cuando se había acostado con él y decidió tratarla con amabilidad.
-¿No habías dicho que te ibas a vestir?
Mientras Gianna se duchaba, él había hecho lo mismo en otro baño y ya se había vestido.
Gianna no contestó.
-¿Le pasa algo a tu ropa?
-La... la camiseta está rota -contestó visiblemente consternada-. No me la puedo poner.
-Desde luego, no puedes aparecer así en tu casa. ¿Qué diría tu padre? -se burló Zayn.
Gianna lo miró con desprecio.
Zayn tuvo que dar un trago al vaso de agua que se había servido para esconder una sonrisa pues aquella era exactamente la reacción que esperaba de Gianna.
Debía de creer que con aquella mirada parecía furiosa, pero la realidad era que, ataviada con aquel albornoz que le quedaba enorme y toda mojada, parecía una gatita que hubiera caído en una bañera llena de agua y que hubiera salido medio ahogada arañando y maullando. Aquello hizo que se apiadara de ella.
-Seguro que encuentras algo que ponerte en el armario de Ronan.
-Claro...
Al ver que se relajaba, Zayn comprendió que no se le había ocurrido aquella solución y que la sola idea de tener que pedirle ropa a él la disgustaba sobremanera.
Ahora, el disgustado era él y no sabía por qué.
¿Cómo era que aquella mujer era capaz de acostarse con él y entregarle su cuerpo y la idea de ponerse su ropa la hacía palidecer, Zayn tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltarle un par de improperios mientras la veía correr hacia la habitación de su hermano.
Claro que el enfado seguía allí cuando Gianna volvió ataviada con una enorme camiseta azul marino.
-Bueno, entonces, ¿hablamos o qué? -la increpó.
Gianna hizo una mueca de disgusto ante su tono.
-¿Te sientes a gusto o, a lo mejor, quieres taparte también los tobillos? -se burló.
-No sé por qué dices eso.
-¿Quieres unos calcetines?
-No te entiendo.
-¡Por lo visto, debes de temer que salte sobre ti si dejas un solo centímetro de tu piel al descubierto!
-¡No me he vestido por eso! -se defendió Gianna.
-¿Ah, no?
-¡No!
Tras quedarse mirándose a los ojos, los dos visiblemente acalorados, Gianna decidió romper el contacto visual y se fue hacia unas de las butacas que había en el dormitorio.
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