¡Maldición, maldición y maldición! Lo había vuelto a hacer.
Había vuelto a poner aquella cara tan horrible y fría que era incapaz de controlar y que se apoderaba de su rostro cuando se sentía terriblemente incómoda.
Se había visto una vez en un inmenso espejo que había en el salón de casa de su padre y se había quedado anonadada, preguntándose si aquella mujer fría como el hielo era ella.
Desde luego, parecía dispuesta a dejar petrificado a quien osara acercarse.
La realidad no podía ser más diferente.
Lo cierto era que a Gianna nunca se le habían dado bien las reuniones sociales y, cuanta más gente hubiera, peor lo pasaba.
Y en aquella fiesta había un montón de gente.
-¡Va a ir todo el mundo! -le había dicho Samantha mientras se cambiaban en el minúsculo baño del estudio de su amiga-. Marión y Heidi dan siempre unas fiestas geniales. Ya verás, va a haber un montón de famosos.
Aquel comentario no hizo sino poner nerviosísima a Gianna ya antes de salir de casa.
-Te vas a quedar conmigo, ¿verdad, Samy? -le había pedido a su amiga antes de bajar del taxi-. No me dejes sola.
-Por supuesto que no -le había asegurado Samantha-. ¡Ya verás, nos lo vamos a pasar genial!
Sí, desde luego, parecía que Samantha se lo estaba pasando muy bien, hablando con unos yotros, yendo de salón en salón, pero ella no estaba a gusto.
No se enteraba de las conversaciones ni de los nombres de las personas que le presentaban.
Aunque su inglés era muy bueno, la gente hablaba a toda velocidad y la música estaba muy alta.
Y, entonces, cuando se estaba sintiendo fatal, había alzado la mirada y había visto al hombre que estaba apoyado en la pared.
Ronan.
Sin poder evitarlo, Gianna pensó que aquel hombre se parecía a su hermano Ronan, pero se dio cuenta de que era imposible y, además, tampoco se parecían tanto.
Era alto y delgado, tenía el pelo oscuro y los ojos color miel.
Debía de haber sido la luz lo que la había engañado y le había hecho pensar en Ronan.
Aquel hombre no se parecía a nadie, era completamente único e increíblemente guapo.
-Samy...
-Dime.
-¿Quién es...?
Pero en aquel momento, había visto que el desconocido la estaba mirando... de forma fría y pensativa.
Aquello había hecho que Gianna se tensara y sintiera un escalofrío por la espalda. Al instante, saltó su sistema de defensa.
No sabía quién era ni por qué la miraba así, pero no estaba dispuesta a dejar que se diera cuenta de lo mucho que la estaba afectando.
Al instante, sintió que la piel del rostro se le tensaba como si se le hubiera secado. Instintivamente, apretó la mandíbula y elevó el mentón en actitud desafiante.
Craso error.
Para su horror, vio cómo el hombre la miraba también con frialdad y paseaba la mirada por su cuerpo con desprecio.
Se sintió juzgada y condenada: en absoluto interesante.
Y, para colmo, el desconocido se giró y se fue, dejándola completamente conmocionada.
Le temblaban las piernas y se sentía vulnerable y enfadada y lo peor era que no sabía por qué.
-¿Gianna? -Era Samy.
-¿Estás bien?
-Oh... sí... muy bien.
Gianna intentó sonreír y cruzó los dedos para que fuera una sonrisa convincente. Mientras tanto, intentó olvidar aquella fría mirada de desprecio.
Inmediatamente, se dijo que solamente iba a pasar una semana más en Inglaterra y que no iba dejar que ningún desconocido se la estropeara.
Además, tenía que pensar en su futuro o, mejor dicho, en el futuro que la familia de Mike Donovan quería que considerara.
Mike y ella llevaban un tiempo saliendo y él quería dar un paso más. Gianna sabía que a su padre le parecía bien puesto que la familia Donovan tenía mucho dinero, muchas empresas y era muy respetable.
No se lo había dicho abiertamente, pero le parecía bien que se casara con él. En cuanto a los padres de Mike, estaban encantados de que su hijo se casara con la única hija de Jean Rossetti.
Aquello hacía que Gianna se sintiera como un objeto y, precisamente por eso, se había escapado a Inglaterra con el pretexto de pensárselo un poco.
Necesitaba escapar de la presión de sentirse una preciosa yegua que todos los sementales ansiaban poseer.
Además, no estaba segura de los sentimientos que albergaba por Mike.
Se lo estaba pasando fenomenal en Inglaterra... hasta ahora.
-¡Gianna, mira quién acaba de entrar! -le dijo Samy.
Gianna miró hacia la puerta y vio que se trataba de un famoso actor que llegaba acompañado por una rubia despampanante.
-¿A que es guapísimo? -se emocionó su amiga.
-Bueno... -contestó Gianna-. No es mi tipo.
En aquel momento, se dio cuenta de que eldesconocido había vuelto y la estaba observando de nuevo.
-¿Entonces cuál es tu tipo?
Gianna hizo un gesto imperceptible hacia el desconocido, que estaba apoyado en una pared.
-No puede ser -suspiró Samy-. ¡Él no!
-¿Por qué? ¿Está casado?
-¡Sí, hombre! -exclamó Samy-. Es Zayn Malik, el dueño de Malik’s Telecommunications -le explicó su amiga.
A Gianna aquel nombre no le decía nada.
-También lo llaman Zayn Malik, el hombre que jamás se casará.
-Ya, de mi hermano decían lo mismo y cambió -sonrió Gianna.
Y ahora resultaba que Jonathan se había casado con Cassie y estaban esperando su primer hijo.
-Pues no creo que Zayn Malik vaya a cambiar nunca. Para empezar, porque ninguna mujer está suficiente tiempo con él como para...
De repente, Samantha se calló y palideció.
-Gianna, no mires... ¡Viene para acá!