Capitulo 7

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Roman POV.

En cuanto lo veo caminando hacia acá mi corazón comienza a latir con fuerza y mis manos se ponen frías.

Trato de leer su rostro, o su postura, pero no soy muy bueno en eso, así que me limito a esperar a que llegue.

-Hola, tu –me saluda cuando está lo suficientemente cerca.

En cuanto lo escucho hablar todo el nervio desaparece de mi cuerpo.

No suena molesto, ni enojado, ni sorprendido.

-Hola, tu –le digo también.

-¿Qué haces aquí afuera? Está helando.

Me encojo de hombros.

-No quería entrar sin tu permiso.

Medio sonríe.

Estamos en el estacionamiento de su edificio, y aunque esta vez sí tengo un poco de frio, no visto más que una playera negra y unos jeans con botas.

-Esta vez no son cientos de arreglos –continuo-. Ni un ramo completo.

"Pero la compré para ti. Espero te guste.

Le entrego la rosa roja que tenía en mi mano, y el la recibe con una sonrisa.

-Gracias, Roman –me dice-.Por favor, pasa.

"Yo sé que estás acostumbrado, pero no soporto verte así.

Oprime el botón del ascensor a mis espaldas, y hace una seña para que lo siga al interior.

El viaje en el ascensor es muy incómodo, porque ninguno de los dos dice ni una sola palabra, y cuando las puertas se abren prácticamente tengo que obligarme a caminar, porque una parte de mi deseaba quedarse aquí, y regresar al estacionamiento.

-Toma –me dice Alexander en cuanto salimos al pasillo.

Se quita el abrigo y me lo entrega.

-Vienes temblando.

Ni siquiera me había dado cuenta de mis temblores. Pero estoy seguro que no es por frio, sino por nervios.

Aun así tomo el abrigo y me lo pongo.

Huele delicioso.

Huele tanto a Alexander que podría ponérmelo todos los días sin importar la temperatura.

Y una vez más caminamos en silencio hasta que llegamos a la puerta de su departamento.

-Adelante –me dice.

Entro, con una incomodidad insoportable.

-¿Quieres tomar algo? –me ofrece, mientras se quita la chaqueta y la cuelga en el perchero.

-Estoy bien, gracias –le digo.

Asiente y voltea a verme.

Y nos quedamos mirando durante unos largos segundos.

-Quiero hablar contigo –le digo por fin.

Asiente.

-¿Nos sentamos? -sugiere

Caminamos hasta la sala, y tomamos asiento. Él en el sofá frente a mí.

Suspiro.

-Te está constando trabajo ¿Cierto? –exclama, sonriendo.

-Si –admito-. Pero no por las razones que crees.

-Yo no estoy dando por hecho nada.

-Nunca he hablado de mis sentimientos –confieso-. De hecho, pocas veces me permito pensar en ellos.

HunterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora