CAPÍTULO 8

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                                  UNA VAGINA, UN GRAN ESCONDITE

Nunca pensé en el poder que tenía, ni mucho menos en la admiración que

muchos hombres sentían hacia mí. A los hombres poderosos les gustan

las mujeres poderosas, y yo no me daba cuenta de lo que despertaba dentro de la

población reclusa y entre los guardianes; tenía tanta responsabilidad con mis dos

hijos que el trabajo era un motor de vida para mí, hasta el punto que lo vivía de

lunes a domingo. En mis conversaciones con amigos y familia siempre salía el

tema carcelario; me ocurrían tantas cosas que tenía que contarlas. Me consideraba

a mí misma como una chica fuerte y muy tímida a la vez, sin maldad, con un

corazón tan grande que no me cabía en el pecho. Por eso no me resultaba nada

difícil atraer al público masculino. Sin darme cuenta, me había convertido en un

reto para muchos internos poderosos que me querían llevar a la cama, tan solo

para demostrar su poder delante de los otros competidores. Pero yo no lo sabía,

no me daba cuenta de mi éxito ni mucho menos de las intenciones de los machos

del penal.

Así que esta líder de masas nunca se había dado cuenta de su poder, hasta que

una mañana, saliendo de las oficinas de jurídica, me topé con un líder guerrillero

del que había escuchado mucho hablar, pero que no había tratado personalmente.

Se hacía llamar Gildardo Ospina, así que justo en la segunda planta, en la zona

de oficinas, me disponía a bajar las escaleras y alguien me agarró del brazo de

improviso. Aquello me cogió desprevenida y mi reacción fue tan brusca porque

sabía dónde estaba y no solía dejarme tocar por nadie. Giré mi cuerpo rápidamente

para descubrir quién me había cogido del brazo: se trataba del jefe guerrillero.

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La joven funcionaria de prisiones.

—Perdón, doctora Karla, por el atrevimiento —me dijo—; pero como usted

camina tan rápido y nunca puedo conocerla, he visto por fin la oportunidad.

—Estiró su mano con rapidez y se presentó—: Soy Gildardo Ospina, del

Patio Uno.

—Encantada —respondí yo de forma cortés pero distante—. Dígame en

qué le puedo ayudar.

Él me respondió con una sonrisa.

—Por ahora en nada, solo que he escuchado tanto de usted que quería

conocerla personalmente.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué ha escuchado de mí?

—Pues que es una líder de masas, doctora —declaró para mi sorpresa—.

Mis respetos y muchas gracias por todo lo que hace por los muchachos aquí

recluidos.

Yo, muy sorprendida, le respondí:

La Joven Funcionaria De Prisiones ( Completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora