CAPITULO 15

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                                                          EL SECUESTRO

Corría el año 1997, justo en el mes de junio. Me sentí realizado labores

rutinarias en Villahermosa —aunque en una cárcel se puede romper la rutina

de modo sorpresivo— y había decidido acudir a la sección de jurídica para pedir

la situación judicial de algunos internos y dilucidar si ponerlos a estudiar o

trabajar, considerar si era sindicado o condenado y de si su condena era larga

o corta, porque el código penitenciario y carcelario nos dictaba dar prioridad a los

condenados De hecho, cuantos más años de condena pesaran sobre el recluso,

más posibilidades tenía de ocupar una de las plazas que nos iban quedando libres.

Como de costumbre, mis manos ocupadas con la carpeta de cartón que, a

la vez, contenía el listado de internos y sus horas de descuento penal. Yo protegía

aquella carpeta como si de un tesoro se tratara, ya que de caer en manos de algún

interno podría ser utilizado para apuntar de forma indebida a personas que no

estaban ocupadas. Tal contingencia podría ocasionarme un gran problema, como

una acusación de falsedad en documento público, por lo que siempre la llevó

conmigo

Recorrer el largo camino de unos quinientos metros que separaba la parte interna

del penal de las oficinas, que se encuentra en la parte externa, cuando un

recluso me informó de que había una reunión de los funcionarios penitenciarios

encargados del correcto funcionamiento y aplicación de los derechos humanos;

estos eran la asesora jurídica, la trabajadora social, el personero, el representante

de derechos humanos, el director regional de derechos humanos, un instructor del

taller de artesanías y la trabajadora social. Y resultó que faltaba yo, la coordinadora

de la parte industrial. El recluso me pidió que por favor asistiera, cosa a la que no

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La joven funcionaria de prisiones.

me negué, por supuesto.

Llegué a la primera reja y un compañero guardián me dio el alto.

—¿Dónde vas?

—A la reunión del Patio Tres.

—Huy, doctora, tenga cuidado porque me han llegado rumores de que algún

plan tienen estos bandidos, yo de usted no entraba...

—¿Planes? —le pregunté—. ¿De qué? Solo quieren pelear por sus

derechos..., y hay que escucharlos.

—Ya, pero con esos bandidos desechables nunca se sabe.

El Patio Tres era conocido por que estaban los famosos «desechables», los

reincidentes, una escoria a la que no querían ni sus propias familias. Estaban

considerados la basura de la sociedad caleña, internos que no tenían nada

La Joven Funcionaria De Prisiones ( Completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora