EL SECUESTRO
Corría el año 1997, justo en el mes de junio. Me sentí realizado labores
rutinarias en Villahermosa —aunque en una cárcel se puede romper la rutina
de modo sorpresivo— y había decidido acudir a la sección de jurídica para pedir
la situación judicial de algunos internos y dilucidar si ponerlos a estudiar o
trabajar, considerar si era sindicado o condenado y de si su condena era larga
o corta, porque el código penitenciario y carcelario nos dictaba dar prioridad a los
condenados De hecho, cuantos más años de condena pesaran sobre el recluso,
más posibilidades tenía de ocupar una de las plazas que nos iban quedando libres.
Como de costumbre, mis manos ocupadas con la carpeta de cartón que, a
la vez, contenía el listado de internos y sus horas de descuento penal. Yo protegía
aquella carpeta como si de un tesoro se tratara, ya que de caer en manos de algún
interno podría ser utilizado para apuntar de forma indebida a personas que no
estaban ocupadas. Tal contingencia podría ocasionarme un gran problema, como
una acusación de falsedad en documento público, por lo que siempre la llevó
conmigo
Recorrer el largo camino de unos quinientos metros que separaba la parte interna
del penal de las oficinas, que se encuentra en la parte externa, cuando un
recluso me informó de que había una reunión de los funcionarios penitenciarios
encargados del correcto funcionamiento y aplicación de los derechos humanos;
estos eran la asesora jurídica, la trabajadora social, el personero, el representante
de derechos humanos, el director regional de derechos humanos, un instructor del
taller de artesanías y la trabajadora social. Y resultó que faltaba yo, la coordinadora
de la parte industrial. El recluso me pidió que por favor asistiera, cosa a la que no
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La joven funcionaria de prisiones.
me negué, por supuesto.
Llegué a la primera reja y un compañero guardián me dio el alto.
—¿Dónde vas?
—A la reunión del Patio Tres.
—Huy, doctora, tenga cuidado porque me han llegado rumores de que algún
plan tienen estos bandidos, yo de usted no entraba...
—¿Planes? —le pregunté—. ¿De qué? Solo quieren pelear por sus
derechos..., y hay que escucharlos.
—Ya, pero con esos bandidos desechables nunca se sabe.
El Patio Tres era conocido por que estaban los famosos «desechables», los
reincidentes, una escoria a la que no querían ni sus propias familias. Estaban
considerados la basura de la sociedad caleña, internos que no tenían nada
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La Joven Funcionaria De Prisiones ( Completada)
ActionEste libro es la sorprendente y vivida crónica tras de las rejas, después de la muerte de Pablo Escobar, del auge de los carteles de la droga en Cali y del norte del valle, que te trasladará a lo que realmente pasa en una prisión colombiana con todo...