XXXVI: Deidad

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Sinceramente, le molestaba un poco. Ja'far sólo seguía vivo gracias a ella, gracias a que dudó en el momento indicado por unas palabras que lo salvaron de caer completamente ante un gran demonio. 

No obstante, ella misma sentía cierta tirria, pese a no demostrarlo, de haber dudado. ¿Y por qué lo hizo? Porque Kouen tenía razón. 

En el fondo, no quería matarlo. Le tenía cariño, y aunque no estuviera en su lista de personas intocables como lo eran Yunnan, Aladdin, Alibaba y Kougyoku (entre otros) era alguien con el que había convivido amablemente durante cierto tiempo. Y sí, los días en Sindria, fueron reales. 

Uno de los motivos por los que esa situación, se le hacía tan odiosa.

Nunca confió en Sinbad. Ni un míseros segundo. Desde el primer minuto en el que sus ojos se encontraron mutuamente, olió sus verdaderas intenciones. Su verdadera faceta, debajo de todo ese encanto y esa pasional sonrisa. 

De ahí a que, bueno... Quisiera destruir el flujo del destino, era un gran y abismal paso.

Por mucho que Ja'far estuviera, de momento, a salvo de sus garras... Un paso en falso, y su aliento se desvanecería como el resto de sus compañeros asesinados por ella. 

No era estúpida, y mucho menos era el tipo de persona que se dejaba llevar por el sentimentalismo en una situación así; Si él elegía a Sinbad por encima de ella después de intentar cambiar su parecer, lo mataría. 

Esta vez de verdad. 

Habían pocas personas en la vida de la serpiente dorada a las que jamás dañaría, y el albino, por mucho que tuviera su afecto, no era una de ellas. 

— No puedo creer que estemos aquí... 

— Créelo— Manifestó la azabache. El rencor que resurgía de su interior hacía que la sonrisa predominante de su personalidad cambiase a una seria mueca—. Acabemos con esto rápido.

— Alexia— Siguió hacia adelante, haciendo caso omiso a su llamado—. ¡Alexia!

Incluso él, un asesino que había arrancado varias vidas en su pasado, sintió escalofríos al divisar los fríos ojos dorados de la serpiente posándose en él. 

Por un instante olvidó lo que iba a decir. Aquella mirada era horriblemente tétrica, y en ese segundo, donde aquel color dorado resplandecía con crueldad, supo por qué la gente temía de ella. 

Había tenido su simpatía durante mucho tiempo, pero ahora que conocía ese aspecto suyo, en parte manifestado por su culpa, entendía que Alexia, siempre había sido peligrosa. 

Sólo que antes, ese peligro lo había esquivado. 

Siguió callado, hasta que la impaciencia de la joven provocó a su mente volver a refrescar su memoria. 

Serpiente dorada [Magi, the laberynth of magic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora