Capítulo 5 - Déjalo Estar.

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Freddy Freeman llegó a su casa a las cuatro y media de la tarde de un viernes de invierno. Había sido un largo día de escuela. No había ido demasiado bien. ¿Pero acaso eran buenos sus días en el colegio? Al menos mejoraron en cierta medida cuando Billy llegó a su vida. Sin embargo, bajo su punto de vista, se sentía frustrado y desolado. Por su cuerpo recorría sin tesón una intensa sensación de impotencia. Hacía meses que se había convertido en un superhéroe como su hermano, pero tenía terminantemente prohibido transformarse en su alter ego frente a los demás, y mucho menos frente a sus conocidos más cercanos. Nadie podía saber que él y sus hermanos eran en realidad el grupo heroico que salvó a Filadelfia del maligno Doctor Sivana. Era injusto, pero debía de aceptar las normas y constatar la realidad. Al fin y al cabo, así era Freddy Freeman, un soñador atrapado en sus propias ilusiones.

A pesar de que el día no había transcurrido como sus premoniciones deseaban, pensó que al llegar a casa sus pensamientos darían un vuelco positivo y su energía volvería a su carga corriente. Necesitaba sonreír durante más de cinco minutos seguidos... Aquellos insufribles matones continuaban con su hilarante acoso hacia el rizado, sin ningún detonante aparente. Aunque Freddy estaba plenamente seguro que el motivo de sus burlas era su discapacidad. Aquella dichosa fractura de rodilla. Aquella dichosa pierna flaqueante. Aquella dichosa muleta. Maldita sea, todo eran problemas. ¿No se suponía que todo iba ir a mejor? "Esto no tiene fin", expresó Freddy, en su mente. Acto seguido, sacudió la cabeza e introdujo las llaves en la cerradura de la puerta de su casa.

Entró, ascendió por las escaleras con un meticuloso cuidado y se desplazó hacia la derecha. Al introducirse en su pintoresca habitación compartida, tomó aire y dejó que su cuerpo y su alma se quedaran plantados en aquel mismo lugar. Notó como sus orificios nasales se abrían y se cerraban al son de su ya no tan acelerada respiración. Todo se sentía como una melodía musical. Aquello era paz. Aquello era su hogar... Pero no podía quedarse ahí parado por mucho tiempo. Reaccionó y posó su mochila sobre el escritorio. Será posible... Billy había vuelto a dejar sus libros de la escuela por toda la mesa. Tendría que hablar con él seriamente sobre la organización y... ¿O qué demonios? Recordó que eso era lo de menos, y que necesitaba volver a contemplar su rostro y sonreír paulatinamente. ¿Pero cómo podría conseguirlo? Tal vez Billy podría echarle una mano. Su sorpresa fue innata. Billy no se encontraba en la habitación. Ni en su litera, ni en el pequeño sofá, ni siquiera rebuscando en la vieja estantería... Entonces escuchó las gotas de agua estamparse contra la mampara prominente del baño. Se estaba duchando. Y Freddy comenzaba a impacientarse. Fue entonces cuando el teléfono de su compañero vibró. Y vibró. Y volvió a vibrar. ¿Por qué se había dejado su teléfono a la vista de cualquiera? Billy nunca hacía eso, y mucho menos lo dejaría al alcance de su peculiar y revoltoso hermano pequeño. Pero aquel sonido... No paraba de sonar y dar pequeños brincos. ¿Sería una emergencia? "Tal vez debería de comprobarlo... Solo será un segundo", se autoconvenció Freddy.

Lo encendió. Lo desbloqueó con facilidad, puesto que la contraseña de Billy era inexistente... Y entonces lo vio. Cantidad de mensajes, de notificaciones... Provenían de Instagram. El nombre de la cuenta con la que su hermano estaba chateando le resultaba familiar. Sintió la necesidad de entrar en el perfil ajeno y ojear algunas fotografías publicadas. "No...". Tragó saliva e intentó asimilar lo ocurrido. Era uno de aquellos matones. Billy llevaba chateando con ellos desde el mismo día que supo de sus problemas con ellos... No. ¡No! ¿Acaso era real, o eran imaginaciones suyas? Freddy no podía creerlo. Perdió el equilibrio y tropezó sobre su propia cama.

Sin lugar a dudas, Billy Batson había llegado demasiado lejos. Sabía que sólo quería protegerle, pero aquello era insolente. Había quedado con ellos aquella misma noche para golpearse. Freddy se sentía culpable, no quería arrojar a su hermano a una espiral de violencia de la que tal vez saldría perdiendo... ¿Qué clase de hermano era él? "Uno asqueroso", pronunció. Y dejó caer su débil cuerpo sobre la estirada sábana que cubría su cama. Su desgarrador sentimiento de culpa fue interrumpido por un Billy recién duchado y cambiado de ropa, que se introdujo en la habitación con una sonrisa impropia a su carácter y mucho menos a su personalidad. ¿Acaso estaba planeando algo más? ¿Por qué le ocultaba cosas a su hermano? ¿Era desconfianza? ¿O una protección desmedida? Freddy no pudo soportarlo más, y decidió levantarse y agarrar el teléfono de Billy, estampándolo frente a sus ojos.

-¿Qué es esto, Billy? -exigía una contundente explicación.

-Nada... Olvídate.

Billy agarró su teléfono móvil y lo ocultó bajo sus bolsillos. Freddy no iba a detenerse. No ahora.

-¿Y qué pasa si no quiero olvidarme? ¿Me vas a impedir defenderme de mis problemas?

-No digas estupideces... -bufó un hostigado Billy.

-¡Eso es injusto, Billy! Lo que haces es injusto. -exclamó su compañero.

Notó como sus ojos comenzaban a humedecerse. Mierda. Debía de mantener la compostura o Billy se percataría de que algo no iba del todo bien.

-Te crees que puedes salvar a todo el mundo de sus adversidades. Y no es así.

-Solo quiero lo mejor para ti. Porque me importas. -Billy no solía expresar sus sentimientos, pero por alguna extraña razón, soltó aquello y sintió un tremendo ardor en su corazón.

-¿Y eso implica que te des a golpes con esos matones?

-Sí.

No había vuelta atrás. Freddy sabía que cuando a Billy se le metía una idea en la cabeza era imposible hacerle entrar en razón. Aún así, intentó convencerle, sin resultado, de lo correcto.

-No lo hagas, Billy. -le suplicó.

-Debo hacerlo. Por ti.

-Y yo te vuelvo a repetir que dejes las cosas tranquilas... Compréndelo, quiero que dejes esta confrontación de lado.

Billy tornó su mirada hacia el tejano suelo. Arqueó su mandíbula y observó a Freddy, seguro de sí mismo.

-Pues yo no. -sentenció sin objeciones, diluyéndose y sumergiéndose en los oscilados pasillos.

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