Capítulo 8 - ¿Recuerdas A Mary?

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–Tenemos que pensar en algo.

–¿No me digas? –contestó Freddy, en un tono nervioso e inquieto.

–Oye, tío, entre el beso y lo de esta mañana... Ni si quiera había pensado en esto...

Billy estaba en lo cierto. Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Su mente se había nublado debido a todos los acontecimientos recientes. No es que estuviera huyendo de la realidad ni intentando esquivarla, sino que el altercado de Freddy con sus abusones se había evaporado como el aire gélido en el viento. Todos sus pensamientos y preocupaciones se habían quedado atrás, desmarcadas por la intensa escena que fue testigo de un beso entre algo más que dos simples amigos. Billy había dudado de lo que sentía por el rizado. Intentaba convencerse de que tan solo era su compañero. Pero Freddy era mucho más que eso, y tras besarle numerosas veces contra el lavabo, apretando su piernas contra su cintura y rozando sus delicados rizos, tuvo la certeza de que Freddy Freeman era su alma gemela. Alguien en quién podía confiar. Alguien a quién podía depositar todo su amor frustrado. Era su debilidad, el único individuo del planeta que podía sacarle su mejor sonrisa y que conseguía sonrojarle con tan solo cruzar su mirada con la suya.

–No creerán nada de lo que digamos. –sentenció Freddy, abriendo la puerta y dirigiéndose hacia las escaleras.

Billy lo siguió, resoplando y colocándose su típica sudadera roja. Ambos se detuvieron ante el inicio de las ya ambiguas escaleras de madera. Billy siempre pensaba que algún día se romperían sin pleno aviso mientras subía por ellas. Fue entonces cuando una idea cruzó por su mente y activó su imaginación.

–Podemos decir que te caíste por las escaleras. ¿No es una buena idea?

–¿Por qué? ¿Por qué soy paralítico?

Freddy agachó la mirada y Billy le agarró de la mano. Sólo quería que su pequeño amiguito estuviera feliz, y aunque lo estaba intentando a duras penas, tenía el presentimiento de que aquella vez todo era completamente diferente.

–¿En qué piensas? –cuestionó Billy, agarrándole aún más fuerte la mano y acariciándole con su dedo pulgar.

–En la decepción que se van a llevar Rosa y Víctor.

–¿Qué? No digas tonterías. Ellos te adoran.

–Por eso mismo. Voy a bajar por esos escalones con la cara hecha trizas. Y menos mal que no pueden ver el resto de mi cuerpo... Estoy hecho un asco, Billy.

–No vuelvas a decir eso, ¿Vale? A mi me pareces perfecto. –le soltó la mano para más tarde cogerle ambas– Incluso con la cara hecha un asco.

Freddy sonrió tímidamente. Parecía como si sus mejillas se hicieran más pequeñas y su cabello se rizara más de lo normal. Le encantaba que Billy le dijera esas cosas. Al fin y al cabo, eso fue lo que le hizo enamorarse de él: Lo protector que era con la gente que amaba.

–Te agradezco que estés aquí, conmigo. Apoyándome y diciéndome estas cosas... Otro hermano de acogida se habría ido y me habría dejado tirado. Pero tu...

–¿Yo...? –dijo Billy, animándole a continuar.

–Tu eres único, Billy Batson.

Freddy se puso de puntillas y alcanzó los labios de Billy en una fracción de segundo. Se tropezó justo al sentir el tacto de su boca. Fue un movimiento torpe pero adorable a los ojos de Billy. Billy le agarró de la cintura y aproximó su cuerpo al de su amigo, sintiendo aquella majestuosa conexión que le hacía sentir tan despierto, tan vivo, tan jovial... Era algo mágico. Fugaz cómo las estrellas, que se transformaba en una sensación electrizante y calurosa con el origen de cada beso, de cada caricia, de cada mimo... Billy posó su frente sobre el rostro de Freddy, dejando que sus narices se chocaran y el flequillo de Billy se deslizara por los delicados ojos azabache de Freddy. Este último optó por separarse primero. Miró a Billy directamente a los ojos. Quería que le escuchara atentamente.

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