Capítulo X

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10

Jeremías

Había un sueño en mi mente, era desgarrador y triste, o al menos eso creía al tenerlo, porque a este punto donde estaba no sentía nada en absoluto, parecía un poco perturbador sabiendo que era un ángel de la muerte, no podía dejar de sentir porque si no, no me importarían las muertes; enviaría a las persona a donde yo quisiera: al infierno o al cielo si así lo prefiero.

Debo cambiar esto.

Necesito que me devuelvas los sentimientos le dije a Ezequiel.

Estábamos en un estacionamiento esperando a los demás para poder continuar buscando el libro.

No quiero respondió él sin expresión alguna en su rostro.

Por favor supliqué, necesito sentir, porque mi tarea no la puedo ejecutar si no siento nada.

Entonces, a Ezequiel le salió una lágrima de su ojo izquierdo, la observé con extrañeza, se suponía que él no sentía nada.

Supones bien me dijo. No son mis sentimientos, son los tuyos. Estás destrozado.

Era como si él me hubiese quitado literalmente los sentimientos y los tuviese almacenados en alguna parte de su interior. Es decir, yo estaba vacío por dentro, y si no era por él, no iba a tener mis sentimientos jamás.

No me importa, los necesito, soy un ser incompleto sin ellos. Lo sabes, Dios así me creó. Que tú seas una patética piedra insensible, que puede pelear sin que le afecte nada, no me hace querer ser igual que tú.

« ¿Qué he dicho? » pensé.

Vaya, has sacado tu verdadero yo comentó Hemías al llegar.

Me quedé en blanco, ¿qué eran esos impulsos?, ¿será mi verdadera personalidad? Muchas preguntas me bombardeaban, realmente no me sentía yo mismo, me sentía como un alma vacía y sin dirección.

Solo quiero que me des lo que me pertenece le dije.

Él suspiró.

De acuerdo.

Ezequiel se acercó a mí lentamente, al mismo tiempo subió su mano para ponerla en mi cabeza, y vaya qué estúpido por creerle, no supe qué pasó después.

...

Jeremías me dijo alguien a lo lejos. Era la voz de una mujer.

Se me acercó y me ayudó a levantarme.

¿Amanda? dije, desesperado le grité. ¡Huye, debes irte!

Ella me miró extrañada, no hizo nada más, entonces me irrité, yo estaba demasiado débil para levantarme, ella tenía todavía la oportunidad de huir para que yo no complaciera ese deseo de matarla.

¡Voy a matarte! ¡Huye! Largo de aquí.

De pronto, ya estaba de pie, las intensas ganas de asesinarla estaban apenas creciendo, cuando ella notó como la expresión de mi cara estaba cambiando se asustó, ella comenzó a alejarse viéndome de arriba abajo como se expandía mis alas, sentí miedo, pero a la vez ganas de romperle el cuello.

Ángeles de la Muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora