Capítulo XXIV

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Ezequiel

Mientras caminaba por la ciudad, no dejaba de pensar en lo que estaba pasando, ¿cómo era posible haber llegado a este punto? En el que Lucifer escapó, en el que no sabemos que intentará hacer en contra del mundo, ya que siempre ha tenido envidia de los humanos. Era algo que siempre me preguntaba.

Probablemente si sintiera algo, diría que sería perturbación, miedo, nervios, pero no sentía nada en este momento, no me lo permití, y no quería hacerlo tampoco.

– ¿Estás preparado? –me preguntó Matusalén desde su propia consciencia.

–Sí, él es perfecto –respondí.

Miré al frente, y fijé la vista en un hombre de cabello negro, tenía ojos azules y una mirada intimidante, su piel era blanca y pálida.

–Ese es el cuerpo, es fuerte, tenaz, y puede soportar –expresé.

–Da un poco de miedo –me dijo Matusalén.

–Claro que no...

–Los cuerpos que eliges por tu propia cuenta, siempre dan miedo.

–Yo... solo...

–Mira, no importa, ve –ordenó él, fastidiado.

Caminé hasta aquel hombre, él solo estaba en el borde de un puente mirando al cielo, se veía relajado. Me situé frente a él, entonces me miró extrañado.

– ¿Se te ofrece algo? –me preguntó.

No respondí, solo toqué su cabeza y le transmití toda la información necesaria y convincente como para que me dejara entrar en su cuerpo. Finalmente, lo miré a los ojos, y él quedó confundido, frunció el ceño y lo único que dijo es:

–Úsame.

Asentí con la cabeza y salí del cuerpo de Matusalén para entrar en el de él.

– ¡Vaya ojos! –Exclamó Matusalén, sorprendido–, brillan más que un farol. Con esa luz, haces que los humanos luzcan heroicos.

–Gracias –le dije–. Cuídate mucho, Mat. Deberías de tener cuidado, no creo que a Dios le guste que andes por ahí vagando después de que moriste hace años.

–Lo sé, solo estoy aquí temporal niño, pronto me iré, no te preocupes.

Lo miré y me incliné en señal de respeto, luego me fui de nuevo al bosque en donde se encontraba Luke. Al llegar, caminé hacia el acantilado donde debía estar él, pero cuando llegué no estaba. Miré a todos lados esperando verlo por algún árbol, pero nada encontré.

Me adentré de nuevo en el bosque para asegurarme de que no estuviera escondido o alguna parte.

– ¡Luke! –llamé–. ¿¡Luke!?

Me estaba sintiendo incómodo con la situación, con ambas manos eché mi cabello hacia atrás y seguí buscando y buscando hasta que llegó la noche, era media noche y no había hallado absolutamente nada, ni rastros.

–Dios... ¡Necesito tu ayuda, por favor! –Grité, con la vista en el cielo–. ¡Sabes que si él no está, las puertas estarán cerradas para siempre! ¡Ellos no podrán salir de ahí! ¡Ayuda!

No obtuve ninguna respuesta por al menos media hora, no soporté más la incertidumbre, así que grité una vez más.

– ¡Te lo ruego!

Ángeles de la Muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora