Entre Mundos (Capítulo 23)

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                                                                 23 

Luis seguía avanzando escalón tras escalón. Sus piernas empezaban a darle calambres y pedían un reposo con urgencia. Su forma física hacía tiempo que dejó de ser la deseada. No aguantaba más, agotado y jadeante se sentó en uno de los escalones, fijando su vista en el camino que había recorrido y no se extrañó que se sintiera tan desfallecido. Parecía, por la extensión, que había recorrido kilómetros y kilómetros. Giró la cabeza y medio tronco para comprobar el camino que todavía le quedaba por recorrer,  puesto que desde el momento en que había pisado los primeros escalones su mirada había estado fijada en el suelo, convirtiéndose el subir las escaleras en un acto mecánico. Solo veía escalones hacia arriba y no pudo distinguir el final de su ascenso. No tenía ninguna noción del tiempo que había transcurrido desde que había iniciado la subida y tampoco de la distancia recorrida por lo que no sabía si le quedaba mucho o poco para llegar al final. Se resignó a seguir subiendo en cuanto hubiera descansado un poco.

Fijó su mirada hacia arriba para intentar ver si se distinguía alguna puerta o paso pero lo que vio fue un punto oscuro muy lejano. Se dio cuenta que aquel punto aumentaba de tamaño con gran rapidez, lo que significaba que aquello que bajaba lo hacía de forma vertiginosa. Los espejos se volvían negros como el carbón y los escalones iban desapareciendo al paso de aquella sombra que parecía engullir la escalera. Luis intentaba distinguir qué era lo que creaba aquella oscuridad que venía hacia él.

Cada vez estaba más cerca, descendiendo veloz como si quisiera tragarle junto a los escalones. Pronto escuchó un fuerte sonido que provenía de aquella oscuridad. Era semejante al que se producía cuando se dejaba escapar el agua de una presa. El estruendo cada vez era mayor, más intenso y profundo.

Perplejo, Luis contemplaba aquella sombra sin poder distinguir de qué se trataba o quien la producía. Su curiosidad crecía, y como no tenía muchas opciones de huída, decidió esperar. Lo que fuera, se aproximaba a gran velocidad pero aún ignoraba qué era aquello que iba hacia él. Demasiado oscuro para tratarse de agua y cuando lo descubrió ya era demasiado tarde para protegerse o emprender la huída, la curiosidad y el cansancio habían podido con él.

¡Sangre! Eran millones de litros de aquella sustancia escarlata que venía hacia él con gran fuerza.

Aun sabiendo que era imposible, emprendió la huída bajando escalones de tres en tres. Notó que estaba justo detrás de su espalda, le sobrepasó por encima de su cabeza y un fuerte empujón le hizo caer sobre los peldaños y mientras rodaba sobre ellos notó como el líquido le engullía. Su enérgica carrera había llegado a su fin.

Estaba envuelto por la sangre que ni siquiera sabía de dónde había salido.

Mientras rodaba escaleras abaja, aquella masa sanguinolenta aprovechaba cualquier ocasión en que Luis abría la boca para introducirse hacia su interior. Su sabor era agridulce como si el sabor dulzón que normalmente tiene la sangre se fuera agriando con el paso del tiempo.

La liquidez que tenía en un principio se iba tornando sólida, Luis lo notaba cada vez que abría la boca para respirar.

La sangre acumulada en su estómago, a medida que se solidificaba iba oxigenando su cuerpo, pero a su vez expandía su barriga, hinchándola como un globo, haciéndole cada vez más pesado, sufriendo unos dolores tan terribles como si le hubieran dado una fuerte patada en sus partes más íntimas.

Aquella sangre se fue mezclando con la suya propia, intercambiando glóbulos y otras sustancias. Vino a su recuerdo la imagen de aquella alma que, después de la intervención de Tetric, le quedó acumulada su sangre en su interior y que cuando se desplomó, reventó. Tenía la sensación de que él también estallaría de un momento a otro.

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