Entre Mundos (Capítulo 40 - Primera Parte)

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La actividad del mal se había intensificado en los últimos meses. Se habían asaltado y desvalijado iglesias que estaban vacías o en las que no había, prácticamente, ninguna congregación. Solo se habían salvado aquellas que los feligreses protegían con su presencia, fuera por un acto de fe o fuera por la bula papal que concedía el perdón de todos los pecados a todos los que con su ayuda protegían a la iglesia de su localidad contra las actividades del mal. Además, estaban convencidos de que uno de los objetivos de Satán era destruir todas las reliquias que pudiera y, con ello, la fe cristiana, por lo que se había ordenado a la guardia Vaticana que protegiera cualquier iglesia con reliquias, y si no era posible su protección se debían trasladar todas las reliquias a la catedral más próxima o distribuirse entre varias de ellas. Una excepción fue la catedral de Barcelona que había recibido numerosas reliquias procedentes de toda su provincia pero ante los reiterados intentos de sabotaje que había sufrido la misma, se decidió repartir todas sus reliquias entre el Monasterio de Montserrat y la Sagrada Familia. Ésta última la consideraban especialmente protegida por todo el dispositivo de seguridad que se había montado a su alrededor, a raíz de la inminente visita del Santo Padre para oficiar la consagración del Templo. 

Se estaba preparando para el golpe final y aunque los servicios secretos del Vaticano le seguían todo el día, sabía que no podían evitar que asistiera a la inauguración de la Sagrada Familia, si no querían perder más credibilidad. No lo habían invitado formalmente pero, Javier, en una rueda de prensa había anunciado la asistencia del Presidente para reclamar que el Templo de la Sagrada Familia fuera entregado al pueblo como representante del mismo. Roj le traía mensajes de su Señor y, éste, para recompensarle por la forma en que estaba llevando a cabo los preparativos y para mantenerlo motivado en ella, había permitido que Grizlhane y Blaztemá estuvieran con él en aquellos últimos momentos de su misión. La noche que llegaron disfrutó mucho de ellas como si fuera la última noche que pudiera hacerlo. Roj le comentó que si la misión terminaba tal y como su Señor había planeado, podría quedarse con ellas para siempre. Todo estaba a punto y perfectamente planeado y si nada se torcía, esperaba acabar con éxito su cometido. 

La fe cristiana había perdido muchos adeptos y estaban necesitados de un gran golpe de efecto para hacer variar aquella tendencia. La cosa no había sido fácil. No tenían ningún apoyo de las instituciones públicas y menos del gobierno. Solo tenían la fe de sus feligreses y en ella se aferraban para conseguir que resurgiera el cristianismo. De forma conjunta, Alberto y Marcos, decidieron dar alguna misa en algunos pueblos para comprobar los ánimos de la feligresía, acompañados por Manuel.

Un domingo por la mañana se desplazaron hasta la localidad de Alella para dar misa en la Iglesia de Sant Feliu y por la tarde tenían pensado, dar misa en Sant Pere del Masnou. No habían planeado nada especial, sin embargo aquella primera misa fue como la mecha que lo encendió todo.

La Iglesia, de estilo románico, no estaba abarrotada pero los bancos estaban todos ocupados y había alguna persona de pie en los pasillos laterales. Marcos dio misa entusiasmado porque notaba la fe de los feligreses que le llegaba hasta él, y era una sensación que le embriagaba. Advirtió, en su sermón, de los peligros que estaban acechando al Cristianismo, que ahora más que nunca Cristo necesitaba de ellos, como ellos habían necesitado de Él, para derrotar el mal.

Fue en el momento de dar la paz de Cristo cuando todo se desencadenó. Como siempre hacía, bajó del altar y se acercó a las primeras filas para dar la paz. Estrechó la mano a un joven ciego y cuando la fue a retirar, el joven prolongó el apretón. 

- No te veo pero puedo sentir la luz que está contigo, y es maravillosa – le dijo el muchacho. 

- Es un lástima que no puedas verla porque esa luz es un ángel del Señor y ciertamente es maravilloso – le contestó Marcos acercándose a su oído. 

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