Entre Mundos (Capítulo 17)

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                                                                     17 

Alberto, tras la desaparición de Luis, se alejó de la discusión entre ambas criaturas y continuó la ascensión por el sendero, miraba fijamente al suelo, albergando la esperanza de hallar un charco arenoso, lanzarse a él y reunirse con Luis donde quisiera que estuviera.

Se detuvo ante un charco de agua, clara y cristalina. Se agachó para refrescarse y beber un poco para aclarar su garganta tan reseca por la agonía de haber perdido a Luis.

Sus manos, formando un cuenco, se hundieron en el charco, recogieron el agua y cerrando los ojos, abrió la boca y las llevó a su cara.

Al intentar retirar sus manos, horrorizado descubrió que éstas estaban unidas a su rostro. El agua hacia las veces de una cola de impacto de rápida solidificación. Probó de levantarse pero el charco tiraba de él y cada vez con mayor fuerza, arrastrándolo hacia su interior.

Su piel se estiraba cada vez que quería separar sus manos de su cara, así como al pretender separarse del agua que le arrastraba.

Uniendo todas sus fuerzas logró separar sus manos aproximadamente un palmo y guardar las distancias, pero su piel, aunque elástica, no podía soportar más presión y la que se encontraba en sus párpados, nariz y labios, empezó a ceder como si de una tela vieja se tratara.

Ante el fuerte dolor dejó de forcejear y en apenas décimas de segundo su cabeza fue engullida por el charco mientras sus pulmones comenzaban a solicitar oxígeno.

Sus hombros chocaron estremecedoramente contra la tierra seca y dura del sendero, evitando que Alberto fuera ingerido a quien sabe dónde, pero el charco ensanchó sus dimensiones permitiendo que su cuerpo fuera tragado con mayor rapidez.

Sus manos ya no estaban pegadas a su cara y pudo abrir los ojos sin problemas para ver donde estaba. Se encontraba hundido y rodeado por agua y, aunque podía moverse, estaba limitado por la resistencia del agua. Seguía aguantando la respiración pero sus pulmones no podrían aguantar mucho más sin aire. Miró a su alrededor y pudo ver el agujero por donde había caído que se estaba como si alguien echara tierra para secarlo. Intentó nadar hacia la apertura con rápidas brazadas mientras veía con desesperación cómo su salida se cerraba y quedaba completamente a oscuras.

Sus pulmones no resistieron más y abrió la boca en busca de un poco de aire, encontrando en su lugar, el agua que fluía hacia su interior, invadiendo sus pulmones, su estómago y el resto de su cuerpo.

Su cuerpo quedó inerte en aquel medio, a la deriva y su cerebro, mientras se  fue apagando, comprendió que su alma jamás alcanzaría su destino. 

Tamar se disponía, como hacía a diario a esa hora, a darse su baño relajante en el balneario. Su túnica cayó al suelo para dejar al descubierto su esbelto y bello cuerpo femenino, que pronto comenzó a quedar sumergido en las aguas termales. Cerró los ojos y sólo dejó que su cabeza emergiera del agua.

De pronto, un grito espeluznante le sobresaltó y le interrumpió su estado de relax. Salió de la pequeña piscina termal y se puso su albornoz para averiguar qué ocurría.

Cuando salió al pasillo, vio un tumulto de gente que se agolpaba en la sala contigua a la suya y que le impedía el paso. Se fue abriendo paso entre la gente que, cuando descubrían que ella era la responsable del lugar, le abrían paso como si ella fuera la punta de una espada. Al apartarse los últimos que estaban en su camino, le permitieron ver que algo, que parecía ser un animal putrefacto, se hallaba en las turbulentas y calientes aguas de la piscina. 

-Vamos, vamos, todo el mundo fuera, no pasa nada, yo me ocuparé de todo. – dijo mientras echaba a los curiosos del lugar. 

La sala se desalojó rápidamente sin que tuviera que insistir demasiado, quizá debido al fétido olor que empezaba a desprenderse del cuerpo.

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